• Su consumo contribuye a la prevención de enfermedades crónicas y a mejorar la salud de la población.

Por Ailynne Sepúlveda, Isaac Cho, Miltha Hidalgo, Omar Porras e Igor Pacheco. Laboratorio de Investigación en Nutrición Funcional, INTA – Universidad de Chile.

En la actualidad, la incorporación de alimentos naturales en la dieta que posean compuestos capaces de ejercer efectos beneficiosos en la salud más allá de la nutrición, ha sido de gran importancia para mejorar la salud de la población. Dentro de los que tienen esta característica encontramos el calafate (michay), definido como un arbusto espinoso perenne, endémico de la Patagonia Chilena y Argentina, perteneciente a la familia de las Berberidáceas. En la región de Aysén predominan 3 especies: Berberis microphylla G. Forst (syn. buxifolia), Berberis darwinii Hook y Berberis empetrifolia Lamarck.

La planta del calafate está formada por tallos largos que pueden medir hasta 5 metros con hojas de 1 a 10 cm. La colecta de los frutos, la fracción comestible de esta planta, se realiza de manera manual, entre los meses de diciembre y marzo, dependiendo directamente de la distribución geográfica del recurso, mientras más al norte se encuentre más temprana será la colecta. Sin lugar a dudas, la zona geográfica de mejores características para el desarrollo de la especie se encuentra en la región de Aysén.

Ancestralmente, el calafate ha sido utilizado en la medicina popular debido a propiedades tales como antidiarreico, antipirético y antiséptico, las cuales se suman a diversos efectos positivos que ejercen en la salud. Dentro de los berries, el calafate es considerado junto al maqui, la murtilla y la chaura como un superberry, dada su composición caracterizada por una altísima presencia de flavonoides y ácidos fenólicos. Así, goza de una de las más altas actividades antioxidantes químicas presentes en frutos comestibles en el planeta.

Los frutos de calafate se caracterizan principalmente por contener antocianinas y ácidos hidroxicinámicos, compuestos fenólicos conocidos por su gran capacidad antioxidante. Estudios farmacocinéticos realizados en ratones indican que dos horas después de la administración de un extracto liofilizado de calafate, el ácido 3,5-dimetoxi-3-hidroxibenzoico, un derivado de las antocianinas en él presente, fue detectado en la sangre de los animales. Entre 4 a 8 horas después de la administración, también fueron detectados en la circulación los fenoles ácido 3-hidroxifenilacético y ácido fenilacético, indicando que los fenoles contenidos en el fruto son absorbidos, metabolizados y detectados en la circulación de este modelo experimental.

Especies del género Berberis, contienen berberina en las semillas del fruto, un alcaloide con propiedades biológicas antimicrobianas, antivirales y analgésicas. Los estudios de Reyes-Farías y colaboradores (2014 y 2016) muestran que extractos de calafate disminuyen la generación de procesos inflamatorios que conllevan a la obesidad, inhibiendo la interacción entre células sanguíneas a cargo de la respuesta inflamatoria. Esto constituye una potencial herramienta terapéutica contra las comorbilidades asociadas al desarrollo de la obesidad. Se ha observado que el extracto de calafate disminuye la absorción de glucosa inducida por un tratamiento proinflamatorio. Adicionalmente, tratamientos con extractos de frutas nativas de Chile fueron capaces de contrarrestar el desarrollo de estrés oxidativo, inflamación y resistencia a la insulina in vitro.

Fruto valioso

Además de su gran valor alimenticio, funcional y medicinal, el calafate es una especie de gran valor cultural para las comunidades locales patagónicas. Tal ha sido su importancia que se ha dado lugar a una famosa creencia popular: “…quien come calafate está destinado a volver a la Patagonia”. El mito está basado en dos leyendas de origen Tehuelche, una de las cuales (conocida en Chile y Argentina) relata un amor imposible entre dos jóvenes de tribus distintas y la otra (conocida en Argentina) recuerda a una anciana que se sacrifica por el bien de la comunidad. En ambas, las protagonistas se reencarnan en plantas de calafate que alimentarán a quienes pasen por la Patagonia.

Son escasos los trabajos publicados en los cuales se demuestre con datos tangibles el uso ancestral del calafate en las comunidades indígenas patagónicas. Sin embargo, de acuerdo a los trabajos citados en Capparelli y colaboradores, el calafate junto a otras bayas nativas (llamadas kôr por los nativos) fueron las principales fuentes de alimentos vegetales consumidas de forma directa por los onas (Selk’nam), quienes además apreciaban y reconocían el sabor de esta especie, distinguiéndola de las otras bayas. En el año 1965, Martínez Crovetto publicó el trabajo “Estudios Etnobotánicos IV. Nombres de plantas y su utilidad según los indios onas de Tierra del Fuego” en la revista “Etnobiológica”, donde según testimonios de seis de los entonces nueve sobrevivientes de la etnia Selk’nam (de entre 50 y 90 años de edad), se confirmó el uso alimenticio de bayas de varias especies del género Berberis, incluyendo B. microphylla, B. empetrifolia y B. buxifolia.

Dadas las múltiples propiedades asociadas al calafate –por ser considerada una especie nativa o por su potencial funcional y medicinal— la continuidad de su cultivo cobra una alta relevancia para la preservación del valor patrimonial de un fruto autóctono del país. Además, su consumo es fundamental para la prevención de enfermedades crónicas y para mejorar la salud de la población.

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