Jul 23, 2014 nutyvida Perfiles Comentarios desactivados en Dr. Oscar Brunser Tesarschu: “Había desnutrición infantil. El que no lo ha vivido no lo entiende. Se morían los niños como moscas”.
Hablar con el doctor Oscar Brunser es conocer parte de la desnutrición en Chile y entender lo que ésta significaba para el país. Escucharlo, es conocer a un destacado académico de la Universidad de Chile que con su investigación logró resultados beneficiosos para niños, que según él mismo dice “morían como moscas” a causa de este mal. Hoy ya jubilado, este académico del INTA, sigue siendo el mismo médico pediatra, experto en gastroenterología, que fue armando su vida con las casualidades del destino. Una vida intensa y emblemática la del Doctor Brunser, argentino que se vino a Chile en 1952 y que en su trayectoria siempre ha estado presente la pregunta inquietante y descubridora del investigador nato; la del hombre que se enamoró a primera vista como su padre y su hermano; la del hombre apasionado por el conocimiento científico, la historia, la familia y la música.
¿Por qué quiso ser médico?
“Tenía 8 años. No recuerdo si era enfermizo o mi mamá muy nerviosa, pero ella me llevaba en Buenos Aires a la Liga Argentina contra la Tuberculosis, porque tenía –que sé ahora que es– una reactividad bronquial. Veía a los médicos y me llamaban la atención. Iban con delantales blancos y tenían buena pinta y la gente los respetaba”. “En esa época se respetaba a los médicos”, comenta el Dr. Brunser. Otra experiencia también lo llevó a la medicina: “a esa misma edad tuve papera y me dolió mucho. Le dije a mi mamá que quería ser médico para curar a los niños y hacer una vacuna contra la papera”. Y un obsequio fue otro de sus incentivos: “me regalaron una colección de libros de la editorial El Ateneo. Venía uno que se llamaba “Los cazadores de microbios”. Lo leí y me impactó”, señala.
Su llegada a Chile por motivos familiares
Razones de familia que argumenta el profesor Brunser cuando comenta el por qué se vino a nuestro país. “Mi mamá y mi papá eran europeos, mi hermano, tres años mayor que yo, se enamoró de una chilena, se vino a Chile”. Su mamá entonces decide dejar todo, pues según ella no quería estar sola, y viajaron. Sus padres, Marcos y Esther, habían vivido una historia similar. “Mi padre más que inmigrante era escapado. Se arrancó de la Revolución Rusa. No era ruso, pero estuvo en ella y al darse cuenta de lo que sucedía, huyó. Llegó a Argentina y por el año 1928 o 1929 le bajó la morriña, como dicen los gallegos y se fue a Europa porque quería una mujer europea. Ahí conoció a mi mamá. Fue un amor fulminante”, cuenta. Este origen se refleja en su apellido, que según él mismo explica, es una trasliteración de un apellido holandés. “La familia de mi papá era gente que vivía en un pueblito cerca de Chisináu (Kishinev), en lo que ahora es la República Moldova. Mi mamá tuvo una educación refinadísima; mi primer idioma fue el francés, no el castellano porque ella decía que un hombre educado hablaba francés”.
Llegaron a Argentina al pueblo de Venado Tuerto, en la Provincia de Santa Fe. Lamentablemente, cuando su padre volvió quedó sin dinero pues éste había sido robado en el banco y tuvo que partir de cero en la época de la gran recesión. Su hermano nació en Venado Tuerto y él en la Capital Federal en el año 1935. Confiesa que su aterrizaje en Santiago de Chile “fue horrible”.
Le fue difícil olvidar su vivencia en Buenos Aires que incluía la modernidad de esa ciudad—con Metro incluido–, así como su deslumbrante actividad artística, cultural y culinaria. El Dr. Oscar Brunser llegó a Chile a finales de 1952. Quiso entrar al Instituto Nacional y no pudo. Luego al Liceo Manuel de Salas y tampoco pudo. Finalmente ingresó al Liceo Amunátegui donde estudió un año hasta dar el Bachillerato. Dio el examen de admisión a medicina, “ingresando en el lugar 21 de 600 y tantos”, según dice, en Medicina de la Universidad de Chile.
“Para mí fue el paraíso, fue tocar el cielo con las manos”
El Dr. Brunser cuenta que sus ansias de regresar a Argentina terminaron cuando ingresó a la Escuela de Medicina: “para mí fue el paraíso, fue tocar el cielo con las manos”, indica, al señalar lo que este cambio significó en su vida. Aclara que en el primer año obtiene notas destacadas.
Relata su historia de vida con el Dr. Gabriel Gasic, quién lo invitó a trabajar a su laboratorio “porque yo lo había vuelto loco a preguntas cuando hacía el curso. Había sido el mejor alumno del curso”. Recuerda que “entré al laboratorio de él, y empecé a trabajar en cosas que me decía, me ponía gente que me enseñaba. Y él era oncólogo experimental. Había un anfiteatro en la Escuela con su nombre (desde noviembre de 2005 el Aula Magna de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile lleva su nombre). Era un tipo realmente bueno. Después él se fue a Estados Unidos y trabajé un año y medio con Gustavo Hoecker (miembro de la Academia de Ciencias, fallecido el año 2008), que es uno de los fundadores de la Facultad de Ciencias, en inmunología”.
El Dr. Brunser tiene más que buenos recuerdos de la Facultad de Medicina. Comenta que “formamos el coro de la Escuela, entre tres o cuatro. Compuse una ópera que se llamaba Perica Aída. Había un compañero nuestro, Perico Llorens el gastroenterólogo y era un tipo muy particular. Y la ópera dura una hora, con marcha triunfal con trompetas”, expresa animado.
“¿Y qué vas a hacer cuando te recibas?”
En lo que señala como una “nueva cita con el destino”, el Dr. Brunser cuenta el día (agosto de 1960) en que estando en su internado de pediatría y ya decidido a ejercer en esta área, pasa en una visita el “famoso” doctor Julio Meneguello. “Estaba con un enfermo mío, en el pabelloncito de infecciosos y viene una enfermera y dice ¿quién es el doctor Brunser?’ soy yo. El Dr. Rechione necesita urgente hablar con usted”. Brunser indica que Rechione era médico del otro departamento de pediatría, con el cual Meneguello tenía una fuerte rivalidad. “Y me dice, felicitaciones, pero tiene que moverse hoy, usted se ganó el Premio Rotary, usted tiene las calificaciones más altas de
todos los estudiantes de medicina de Chile. Vuelvo donde Meneghello y me pregunta para qué me quería Rechione y una voz atrás mío dice, ‘¿y qué vas a hacer cuando te recibas?’. Y ese fue Fernando Monckeberg. Le dije: no tengo claro. Antes lo tenía claro porque yo trabajaba con Gasic pero él se fue. Yo tengo un laboratorio de investigación pediátrica, ¿por qué no vienes a verlo en la tarde? En la tarde subí al laboratorio de Monckeberg”. “Y estas son las cosas que marcan la vida”, dice el destacado académico. Y así comenzó a trabajar con el Dr. Monckeberg en el Laboratorio de Investigaciones Pediátricas. “Éramos Monckeberg, Sergio Oxman y yo. Oxman era químico farmaceútico. Yo tenía la habilidad que había adquirido en el otro laboratorio y Monckeberg me había dicho ‘qué es lo que sabes hacer’. Yo trabajo en histología y abrió un cajón, sacó una caja y me dijo ‘esto dicen que saca biopsias de la mucosa intestinal’ (no sabía cómo funcionaba)… eso era muy típico de Monckeberg”, comenta el Dr. Brunser.
Recuerda algo inolvidable: “Yo di examen un día 14 de abril, en la mañana y a las dos de la tarde tomé la Avenida Matta y me fui al hospital y le dije a Monckeberg, vengo a trabajar”.
“La ví y dije me caso con ella”
Es razonable cuando el profesor menciona al destino como actor relevante de su vida. De la casualidad de que el Dr. Monckeberg le hablara, un viaje a Argentina le entrega al “amor de su vida”. “Yo en esa época, fui a Argentina a conocer a mi familia argentina, que no sabía que tenía. Fui al Hospital de Niños de Buenos Aires porque tenía muchos amigos, soy fundador de la Sociedad Latinoamericana de Investigación Pediátrica, y entré a una pieza (y) la vi, y dije me caso con ella. Salimos cinco veces y le dije, me caso contigo, no se lo dije así pero ella se sonrió y me dijo que sí”.
Continúa la vivencia como si fuera ayer: “esto fue en marzo de 1963; a mi suegro casi se le cayó el pelo al principio y después dijo este tipo no vuelve más, es un picaflor. En mayo fui, le pedí oficialmente la mano y saqué los anillos que había comprado. En julio ella vino acá, nos comprometimos, mi mamá la conoció, se volvió loca por ella y nos casamos el 20 de junio de 1964; o sea, cumplimos 50 años de casados. Y ella ha sido el pilar que me ha sostenido muchas veces”. Su nombre es Norma Isabel Radovich.
“Se morían los niños como moscas”
Cuando el Dr. Oscar Brunser relata cómo trabajaba con el Dr. Monckeberg no es difícil imaginarlos, si se conoce a ambos. “Nos sentábamos en la oficina de Monckeberg a soñar y a planificar una cosa mucho más grande y cómo íbamos a buscar cosas”.
En el Hospital San Juan de Dios, el Dr. Alexander Ried, argentino también, le enseñó a mirar patología del intestino.
Con este médico publicó en el año 1964 un artículo sobre la clasificación de las lesiones de la mucosa intestinal de la enfermedad celíaca. Un dato importante para entender su siguiente relato: “había desnutrición infantil. El que no lo ha vivido no le entiende. Se morían los niños como moscas. No te puedes imaginar lo que era. Un domingo, yo era interno de pediatría, debe haber sido noviembre, cuando ya hacía calor, en una mañana se me murieron como diez niños de diarrea y deshidratación en el (Hospital) Arriarán. Yo hice toda la carrera de pediatra en el Arriarán. Llegó un momento en que no aguanté más, me saqué el delantal y dije ´yo no doy más, no puedo más, esto es perder la guerra´. Y un médico no abandona su cargo y en la mañana del lunes Meneghello me putió y me dijo de todo. Y le dije, yo creo que acá hay algo malo”.“Y ahí empezamos a soñar el laboratorio”, agrega, señalando además que publicó en la mejor revista pediátrica un estudio sobre la mucosa intestinal de los desnutridos.
No obstante, señala que se sentía “pegándose contra la pared”. “Le dije a Monckeberg: he hecho una buena histología, la aceptó la mejor revista pediátrica pero veo cosas que no sé lo que son. Hay que ir a un nivel superior. Yo quiero irme a Estados Unidos. Bueno, dijo, búscate una beca’.
Dr. Brunser logra primera descripción del ribete estriado de la célula epitelial intestinal.
La beca le fue otorgada por la Fundación Guggenheim y tuvo que viajar a Seattle. John Luft y Don Fawcet son dos nombres que recuerda con especial afecto de esta experiencia, además del Dr. Abraham Stekel con quien entabló una estrecha amistad. Con humor, relata: “tuve un comienzo brillante: el día que entraba a trabajar me saqué la cresta en el baño y me fracturé dos costillas y como a las dos semanas haciendo cuchillas de vidrio me corté y me tuvieron que coser el dedo”.
Su experiencia, según comenta, tuvo mucho de “suerte”. “Logré tomar unas fotografías de intestino y las amplié. Yo no sabía nada de fotografía pero una tecnóloga en dos días me enseñó y con unas patas así le digo a mi jefe esto no es como la descripción clásica, (y) el tipo tuvo la paciencia de aguantarse la patudez y le expliqué el por qué”. En seis meses obtuvo la primera descripción del
ribete estriado de la célula epitelial intestinal. Explica que es la parte que mira al lumen, donde “se absorbe todo”. Esta investigación la publica entonces la mejor revista de la especialidad.
“Y después viene otra cita con el destino”, insiste el Dr. Brunser con su frase kármica. “Había un gastroenterólogo que se me acercó y me propuso trabajar con él en un laboratorio de microscopia electrónica. Y un día me llegó una invitación a un Simposio en Haití y publicamos un estudio que demostró que una enfermedad que se llamaba esprue tropical no existía, que era una forma de daño por infección”.
De Seattle vuelve a Chile, instala un laboratorio en el Hospital Arriarán, regresa a Estados Unidos por 3 años cuando ocurre el golpe militar. Trabajó en el departamento de pediatría del Albert Einstein College of Medicine. Recuerda que “además de que el lugar médicamente era fantástico, vivir en Nueva York fue una cosa impresionante. Cuando ya sabíamos que nos volvíamos, decidimos que todos los fines de semana íbamos a ir a un museo. Debemos haber ido a 30 museos y no conocimos ni la quinta parte”, concluye.
El berrinche del doctor.
En 1976 regresa a Chile a trabajar con el Dr. Monckeberg. Efectuó un estudio de la microscopía electrónica de los desnutridos que había investigado entre el 70 y el 73, y que finalmente publicó el 77. “El estudio demostraba que había algunas lesiones en el ribete estriado donde se absorben los nutrientes en los niños desnutridos marásmicos”. Surge nuevamente su espíritu investigativo al notar “una cosa muy rara y eso explicó algo que habíamos visto”, añade. Recordando su trabajo con el Dr. Meneghello, cuenta una discusión que tuvo con él. “Resulta que lo clásico era que a un desnutrido se le daban 120 calorías por kilo de peso, con eso tenía que vivir y bien. Si se le daba más, se moría. Yo había tenido una rosca con Meneghello porque un día llegó un niño, pero era como un niño de campo de concentración, de gueto, todavía cierro los ojos y lo veo. Y entonces vinieron todos los “doctos”, lo miraron, lo examinaron: está en descomposición, habrá que equilibrarlo, lo vamos a dejar tres días sin comer y le vamos a dar puro líquido y el interno, que era este pecho les dice, doctores está así porque no ha comido. Finalmente el niño murió y a mí me dio un berrinche”. “Lo que demostró ese estudio de microscopía electrónica era que los niños sobrevivían un tiempo porque digerían sus células; habían unos cuerpos que se formaban que demostraban que digerían las células. Puse una serie de cuatro fotos en que esto se demostraba, indicando que eso probablemente era un mecanismo se supervivencia en este caso, pero que no sé qué más puede hacer. Eso lo habíamos discutido allá en el año 1972, cuando ya tenía los primeros resultados, después me llevé los resultados a Nueva York y allí se publicó todo”. “Y resulta que a los desnutridos les dábamos 120 calorías y se pasaban dos, tres semanas, sin subir de peso y después, despacito, empezaban a subirlo. Me acuerdo que hicimos dos conclusiones. Una era que el aporte de energía era muy bajo, 120 calorías no le servían, entonces lo que había que hacer era subir el aporte de energía pues todos se iban a descomponer. Se hizo un estudio, y les dieron 170 calorías y no se murieron, empezaron a subir de peso inmediatamente, esto es lo que pasa, y escribí en el paper que publiqué que probablemente este mecanismo permitía la sobrevida cuando el aporte es bajo”.
Su pasión por la historia
Cada tres, cuatro meses, el profesor Brunser viajaba a Nueva York. “Quise estudiar un master en historia y fui a la (Universidad de) Columbia, que tenía enseñanza a distancia en esos años (1977-1978). Me matriculé….pero, o uno hace investigación o hace un master en historia”. Asegura que aquello le originó su afición por los libros. Muestra como ejemplo la biografía de Churchill, de Napoleón Bonaparte, Jorge Lanata, libros de historia contemporánea desde 1900 hasta hoy, entre otros.
Primer estudio sobre Probióticos y otros
Es en el INTA donde el Dr. Brunser sigue dando pasos en descubrimientos fundamentales. Relata que en lo que ahora es European Journal of Clinical Nutrition, dieron cuenta del daño intestinal que se producía en ciertos pacientes y que al mirarlos en microscopía de luz no se observaban, pero que al ser observados en el microscopio electrónico se registraba un daño. “Julito Espinoza desarrolló un método para la sonda de tripe lumen para medir absorción de nutrientes en un segmento intestinal. Demostró que trasportaban menos glucosa que los norteamericanos o los ingleses”. Añade: “fuimos los primeros en demostrar que en las leches acidificadas que vendía Nestlé había algo que prevenía la diarrea en los niños; ese fue el primer artículo que hubo sobre lo que después se llamaron los probióticos. Ese estudio es del año 1985, cuando todavía nadie hablaba de esas cosas”, indica. Describe también un estudio efectuado con el investigador español Angel Gil, con quién demostró que el agregar nucleótidos a las fórmulas lácteas, éstos también prevenían diarreas. Indica que en este grupo de investigadores también se encontraba la Dra. Magdalena Araya, el Dr. Julio Espinoza y después se incorporó la Dra. Sylvia Cruchet.
Una de las investigaciones de las que se declara “orgulloso”es un estudio elaborado junto a la Dra. Araya y al Dr. Espinoza. “Demostramos que al cambiar a la gente de una callampa a una casa que tiene agua potable disminuye la diarrea y sobre todo disminuye la diarrea por ciertos agentes”. Gracias a fondos canadienses se hizo un proyecto que permitió el cambio de la población, demostrando el efecto del hierro sobre la diarrea y los factores sociales en la génesis de la misma.
De investigador a médico clínico.
El doctor Brunser comenta que hizo un camino distinto al de otros especialistas. “Primero hice la investigación una vez de recibido. No tuve consulta por 15 años y empecé a tenerla cuando regresé el año 1976 y los sueldos en la Universidad eran muy bajos”, indica. “Entonces puse una consulta y para sorpresa mía, en tres meses tenía la consulta llena como pediatra y gastroenterólogo infantil”.
Hoy disfruta de su vida en familia con su señora y sus tres hijos. Gustavo, gerente de desarrollo de negocios de audio de Adobe Systems; Alejandro, médico neurólogo, Jefe del Servicio de Urgencia Neurológica de la Clínica Alemana y Nicole, diseñadora gráfica, dedicada al diseño de joyas. Cuatro nietos, dos que viven en Estados Unidos, mellizos una pareja, hijos de Gustavo. Y dos niñas en Chile, hijas de Nicole. También da tiempo a otra de sus aficiones, la música clásica, en la que se inició de pequeño cuando su madre le hacía escuchar a Beethoven, Tchaikovski, Mozart, entre otros, siendo éste último su preferido. El Dr. Brunser tiene una colección de 200 vinilos de música clásica.
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