Dic 17, 2014 nutyvida Perfiles Comentarios desactivados en Fernando Vio del Río, Médico por descarte
Convencido que continuar con esta escalada de aumento de la obesidad puede llegar a producir graves daños para la salud de la población con un costo económico imposible de solventar, y también de que “todo el mundo sabe que es un problema pero a nadie le importa ni le interesa hacer nada y eso se ha acentuado en el último tiempo”, el Dr. Fernando Vio, Consultor del Banco Mundial, director del INTA entre 2002 y 2010, agrega que “después de períodos de dificultades, en Chile la gente está en una etapa en que está disfrutando de la vida, está pasándolo bien y, en ese marco las políticas restrictivas no sirven. En ese marco lo único que queda es un programa bien hecho de educación desde el embarazo, o desde antes del embarazo”.
«Las restricciones no sirven. Lo que serviría en el caso de la obesidad es enseñarle a la gente lo bueno que es alimentarse en forma saludable y las ventajas que tiene; lo rico que es y lo barato que es, porque la gente cree que alimentarse en forma saludable, además, es caro. Eso por una parte. Y segundo, insistir en el tema de la actividad física; que la gente tenga más acceso y disfrute haciendo actividad física, y en esto ha mejorado el país”.
Médico Cirujano de la Universidad Católica, Master of Public Health por la Universidad de Johns Hopkins, Estados Unidos, piensa que los datos sobre sedentarismo “son curiosos”, porque bajaron bruscamente entre 2007 y 2012. “Lo que se puede colegir es que el sedentarismo bajó del 91% el año 2000 a un 82,7% el año 2012. Bajó nueve puntos y eso tiene cierta plausibilidad biológica, tiene cierta lógica en el sentido que hay más gente haciendo actividad física. Uno ve que hay cierto aumento de gente joven, antes de los 50 años, de nivel socioeconómico medio o medio alto que está haciendo más actividad. En los niños, en los colegios, no ha mejorado en nada, y en los adultos mayores poco. Ese es el gran problema”.
Presidente de la Corporación 5 al Día-Chile, y con un proyecto Fondecyt en Educación en Alimentación en Escuelas Básicas, entró a estudiar Medicina porque “en el colegio era buen alumno, tenía buen puntaje” y, además, las otras alternativas para la época, Leyes y Arquitectura, no le gustaban. “Estudié por descarte, no porque tuviera una vocación tremenda, no me digan que yo nací para ser médico”, dice entre risas. “Segundo, porque me gusta trabajar en todo lo que son los temas de poblaciones, entonces yo entré a medicina pensando dedicarme a la Salud Pública, eso sí”.
“En esa época (1963–1973) la salud pública era muy importante, era completamente distinto a hoy día en que prácticamente no existe. Hoy día existe administración de salud, administración hospitalaria, economía de la salud, negocio de la salud, pero no existe la salud pública. Desapareció como entidad que uno entiende como la preocupación por la salud de la población. Hoy día nos ocupamos de atender a la población y de ver cómo se financia y cómo eso permite, en algunos casos, ganar plata. Ese es el cuento. Cómo se administran mejor los recursos para darle satisfacción a la gente, pero eso no es la salud pública que yo estudié”.
Sargento Primero de Caballería
Con tres hermanos, María Angélica, Horacio y Paulina, todos mayores, es hijo de Horacio Vio Valdivieso y Adela del Rio Martínez, y es su padre, Horacio, un oficial de la Armada que con el grado de Capitán de Fragata se retiró pocos años después de que naciera (el Dr. Vio) porque “habría tenido un problema con el Comandante en Jefe de la época”. En un pequeño libro, relata cómo llegó la familia al país:
“El primer Vio llegó a Chile el 15 de Enero de 1831, a Co- rral, y era el Armador del Velero que varó ese día a la entrada del rio Valdivia. Había salido en 1829 de Venecia, Italia. Descendía de familias españolas de Huesca, arraigadas largos años en tierras italianas. El joven de 25 años, Antonio di Vio di Lucio, casó en Val- divia en 1832 con la hija del Capitán español, Gobernador de Valdivia, Nieves Aburto Barril, regalándoles el Fundo ‘Chumpullo’ que aparece en el Plano Hidrográfico de 1871”.
El mismo texto, publicado por el padre el 11 de Agosto de 1974, detalla que: “Fernando Vio del Rio, nació en Valparaíso, Hospital Alemán, el 8 de Septiembre de 1945 y contrajo matrimonio en Santiago el 25 de abril de 1970, con Angela Alliende González…”.
De 1949 a 1955, con su padre ya retirado la familia se muda a Concepción, donde estudia en los Padres Fran- ceses, en el camino a Talcahuano. “Estábamos en medio del campo, era un colegio que estaba rodeado de bosques y de potreros. Era muy entretenido”.
De su historia familiar cuenta que de los once hermanos hombres de su padre, cinco eran de las Fuerzas Armadas, tres marinos y dos militares, y que su abuelo Horacio Vio Agüero, militar Balmacedista en la Revolución de 1891 fue desterrado a Mendoza y pudo regresar ocho años después, sólo por estar de novio con la hija de otro militar, el general Carlos Valdivieso, secretario del general José Manuel Baquedano, quien asumiera provisionalmente el mando luego de la renuncia y posterior suicidio del Presidente José Manuel Balmaceda.
Quizá es esa historia la que en el último año de colegio, antes de cursar el VIº Humanidades en los Padres Franceses de Viña del Mar, en pleno verano, con 16 años lo lleva a presentarse como voluntario en el Regimiento Coraceros para hacer el servicio militar y obtener el grado de Sargento Primero de Caballería. “El servicio militar me sirvió mucho. Me abrió la visión del mundo. Por lo menos el servicio militar que me tocó hacer a mí no era de estudiantes, niñitos bien de Viña. Era gente de todo Chile, de Rio Bueno, de Osorno, de Antofagasta, de todas partes. Y uno ahí se vincula y conoce otros mundos, mundos que obviamente a los 16 años, viniendo de una familia tradicional conservadora y militar, en Viña, evidentemente no conocía”.
Luego, llegar a Santiago para estudiar Medicina en la Universidad Católica “que en esa época estaba en un proceso importantísimo de cambio, haber estado en el Pensionado Caro (Residencia Universitaria Cardenal Caro), donde hay gente de todo el país, de todas las universidades de esa época, y de todas las carreras, a uno claramente se le abre bastante el panorama”.
¿Eso lo marcó?
“Absolutamente, los contactos en la universidad y porque me tocó vivir toda la Reforma. Yo estuve en la universidad justo entre 1962 y 1970, un período absolutamente álgido. Y el año 1967, que fue la toma de la Universidad Católica, yo era presidente del Centro de Medicina. Había mucha efervescencia de cambio y problemas políticos y sociales. Y, por lo tanto, el tema Salud Pública no era un tema menor. Era un tema importante dentro de los cambios que se pretendía hacer”.
“En esa época la mortalidad infantil era de 80 por mil. Hoy día estamos en siete por mil. Hoy día hay dos o tres paí- ses en el mundo que tienen más de 80 por mil; o sea de cada mil niños que nacían se morían 80. Había 30 por ciento de desnutrición. La mitad de las ciudades no tenía agua potable. Había un 50 por ciento de la gente que no tenía acceso al agua potable y sólo un 30 por ciento tenía alcantarillado. Las condiciones de vida en ese momento eran muy distintas a las de ahora, son casi inimaginables
Entonces lo que había que hacer era plantearse cómo cambiar esa situación, y una de las maneras de cambiarla era desde la salud”.
Del área suroriente de Santiago a Medellín, Colombia
Al recibirse, en abril de 1970 y con dos ofertas de trabajo como Médico General de Zona y una posibilidad de beca en cardiología, decide irse al área sur-oriente “porque po- día hacer medicina interna en el Hospital Sótero del Rio en las mañanas y, a la vez, en la tarde hacer salud pública trabajando en los consultorios. Al año me nombraron di- rector del área, una área de salud de 400 mil habitantes en la que se crearon seis consultorios entre 1970 y 1973”. Desde marzo hasta septiembre de 1973, cursa la Licenciatura en Salud Pública en la Universidad de Chile. “Cuando viene el golpe, narra, evidentemente me detienen porque me fui al Hospital Sótero del Rio. Estuve de- tenido pero me liberaron porque no tenía ningún cargo, no era el director en propiedad en ese minuto, estaba en comisión de servicio en la Escuela de Salud Pública, y por medio de contactos familiares, un hermano de mi padre que era almirante consiguió con el ministro de Salud (Alberto Spoerer Covarrubias) que me trasladaran al Hospital Sanatorio El Pino.
“Organicé el servicio de medicina interna y fundé un consultorio externo del Pino. Y eso fue muy bien hasta que un día en abril del año 74 fui a una reunión clínica a presentar un caso en el Hospital San Juan de Dios y cuando volví el director del Hospital me dice ‘vinieron a detenerte’. Llamé por teléfono a mis contactos familiares y me dijeron ‘no esta vez no te podemos ayudar, te tienes que entregar’”. Se trataba del proceso seguido contra un grupo de médicos, acusados en el Plan Z de haber organizado hospitales clandestinos. El consejo de otros familiares lo hizo esconderse durante aproximadamente un mes “hasta que lograron asilarme en la Embajada de Colombia”.
Desde abril hasta julio, “con todas las Embajadas llenas o cerradas”, estuvo asilado con Adonis Sepúlveda, Presidente de la Unidad Popular; Oscar Guillermo Garretón, ex subsecretario de Economía y diputado del MAPU por Concepción, Tomé, Talcahuano, Coronel y Yumbel, que era buscado por la Armada; Enrique Dobry encargado de las Juntas de Abastecimientos y Precios, JAP; y Edgardo Condeza, un Médico de Concepción militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR.
En julio de 1974, con el salvoconducto en su poder, el militante del MAPU Fernando Vio del Rio llega a Bogotá donde gracias al Convenio Andrés Bello revalida su título, para viajar a Medellín y comenzar a trabajar en el Hospital San Vicente, gracias a las gestiones de uno de los patriarcas del Partido Conservador de Colombia. Su esposa Ángela y sus dos hijos, Francisca de tres y Tomás de dos años, se le unen en septiembre de 1974.
Después de tres años de hacer turnos en el Hospital y trabajar, también, en el Seguro Social, un médico especialista en alergias lo invita a trabajar en su consulta privada. Durante esos años, confiesa que su padre, que “nunca estuvo de acuerdo con lo que yo pensaba” los visitaba todos los años junto a su madre. “Mi padre era especialmente cariñoso y querendón, mis hijos todavía se acuerdan de él”, relata.
“Murió en 1979, justo cuando conseguí la visa mi padre se enfermó bastante grave, un cáncer de hígado, y logré llegar el día que se murió. Como que me estaba esperando. Cuando llegué al aeropuerto me retuvieron en una oficina una hora y media mientras afuera esperaba la familia. Al final logré salir y me llevaron a Viña rápidamente. Me reconoció, conversamos y murió al día siguiente. Un golpe muy fuerte, pero por lo menos alcancé a llegar. Hay que agradecérselo a él, que hizo todas las gestiones. Si él no hubiera hecho las gestiones no hubiera tenido visa y no hubiera podido llegar”.
Hopkins, Cornell y el Banco Mundial
De regreso en Medellín busca la forma de persuadir a su señora, con quien se había casado en abril de 1970 quince días después de titularse como médico cirujano, de volver a Chile. Se habían conocido en el verano de 1967 cuando ambos participaban en los trabajos de verano organizados por el Instituto de Humanismo Cristiano en Culungua, muy cerca de la cordillera, en la comuna de Salamanca.
“Nunca la convencí mucho de regresar”, cuenta. Los argumentos fueron dos: al haber estado con los amigos “encontré que de todas maneras había que estar acá. Pero la segunda razón, es que uno se daba cuenta que el clima en Colombia se estaba enrareciendo mucho desde el punto de vista de la corrupción. Medellín era una ciudad muy agradable pero ya había síntomas de que había mafia. Todavía no había cocaína, pero los síntomas eran muy fuertes. Era el momento de volver. O nos veníamos o nos quedábamos mucho tiempo”.
Recuerda que una de las condiciones familiares fue regresar con un “trabajo seguro, lo que era difícil”. Pero gracias a una beca del World University Service, WUS, y la gestión de Francisco Mardones Santander que estaba a cargo de un proyecto en el INTA, en 1980, y con el cargo de investigador asociado, “ese era el nombre; no existe, nunca ha existido”, lo pudieron hacer.
El proyecto era la evaluación de un Programa Nacional de Alimentación, PNAC, modificado, destinado a embarazadas, nodrizas y niños menores de dos años. En ese proyecto, que era de CONPAN pero se desarrollaba en el INTA, conoció a la Dra. Cecilia Albala (NyV N°6), quien le ofreció compartir consulta médica, sociedad que se mantuvo hasta el año 2002.
Entre 1980 y 1984, fecha en la que es contratado por seis horas semanales como Profesor Asistente se asocia, también, con Carlos Antonio Infante, físico nuclear de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile “para iniciar el trabajo con isótopos estables en nutrición” con el objetivo de medir el volumen de leche materna en el lactante, “un método bien novedoso porque lo había descrito el año 1979 un académico inglés de apellido Coward pero no lo había aplicado y nosotros en 1981 ya teníamos un trabajo que volvimos a hacer en 1983”.
En 1986, señala, “vino a Chile un profesor de la Universidad de Cornell, bien conocido en epidemiología, Jean Pierre Habicht”, quien le ofrece una beca con la condición de terminar la Licenciatura en Salud Pública interrumpida en 1973. “Me dijo que me fuera un año a Johns Hopkins,‘haga el master en salud pública y después se viene a trabajar conmigo a Cornell como investigador asociado’.
«Nos fuimos el año 1986, habiendo vuelto el 80. Partí con los cabros ya adolescentes y mi señora a Estados Unidos. Un año como estudiante, un master en Salud Pública en Johns Hopkins; de mis compañeros el más viejo tenía 28 años, y yo tenía 40. Hice el master y de ahí me fui a Cornell a trabajar con Habicht durante seis meses. Pero estar con hijos adolescentes en Estados Unidos es una cuestión super complicada. Tuve problemas con eso y aunque me ofrecieron hacer un doctorado decidí volver”.
Pero ese regreso, por una nueva oferta de trabajo, tuvo una primera escala que le permitió ser consultor del Banco Mundial en atención primaria en salud y nutrición para América Latina entre el año 1987 y el 2002, cuando asume la dirección del INTA. La solicitud de Marcelo Selowsky, chileno, Jefe de la región Latinoamericana y el Caribe del organismo internacional lo llevó a Venezuela, Nicaragua, Haití, Guyana, Honduras, El Salvador y Colombia, países “en los que se puede tener impacto, se pueden hacer cosas”.
Un caso de doble militancia
Con “oído de tarro, escucho pero no tengo idea de música y voy a los conciertos a veces pero no tengo idea”, quizá la casa paterna, quizá los viajes, lo hacen declararse “un tremendo lector. Me leo por lo menos un libro a la semana. Y modestamente soy un especialista en novelas policiales y sobre todo de la novela policial nórdica”. Y aparecen nombres nórdicos y otros: los suecos Mari Jungstedt y Henning Mankell; el islandés Arnaldur Indridason; el griego Petros Márkaris, cuyo último libro se llama ‘Pan, Educación, Libertad’; el chino residente en Estados Unidos Qiu Xiaolong, que escribe historias de un inspector policial en la actual Shangai.
Recuerda haber leído, cuando estaba en el colegio, a los 13 o 14 años, las obras completas de Julio Verne y Emilio Salgari en “una colección que se llamaba Robinson Crusoe”. De los autores chilenos, reconoce su predilección por Hernán Rivera Letelier y la veta policial de Roberto Ampuero, “la serie de Cayetano Brulé, gran detective”. De autores latinoamericanos, por supuesto Osvaldo Soriano, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez y, como para recalcar que sus años en Colombia fueron significativos, aparecen Santiago Gamboa, Juan Gabriel Vásquez, Tomás González y Evelio Rosero. “Son espectaculares; cuando aparece un libro soy el primero que lo voy a buscar”.
Al preguntarle sobre deportes, sobre fútbol, recuerda que jugó en el colegio “era back centro. No dejaba pasar a nadie, el que pasaba…” y, también, un artículo del profesor Agustín Squella “que dice que lo único que uno no puede es tener doble militancia en el fútbol. Yo era socio del Everton, porque vivía en Viña. Iba a los partidos del Everton pero en 1958 el Wanderers salió campeón por primera vez y mis primos que eran de Valparaíso me invitaron a la celebración y como ellos tenían entrada gratis al estadio y los partidos eran cada 15 días, una vez en Viña y una en Valparaíso, entonces iba a los dos. Tuve doble militancia”.
Como profesor asistente desde 1984, “siempre con tiempo parcial, primero tuve seis horas”. En 1994, y ya en la jerarquía de profesor asociado, se desempeña como jefe del área de nutrición pública del INTA, y luego de obtener en el 2000 la jerarquía de profesor titular de la Universidad de Chile, es elegido director del Instituto en el año 2002.
¿Qué rescata de su período como director del INTA?
Primero que todo, cuando asumimos hicimos un trabajo fuerte de promoción de salud en el interior del Instituto; creamos lo que se llamó el INTA saludable. En esa época no había Ley de Tabaco y se creó el INTA libre de humo de tabaco, se mejoró el tema de la alimentación, se construyó el gimnasio para que la gente pudiera hacer actividad física y se creó un ambiente laboral que yo creo que fue muy positivo. Si se analizan los indicadores de proyectos Fondecyt, de proyectos de Innovación, de Docencia, fue un periodo muy bueno. El promedio de aprobación de proyectos fue muy bueno. El número de gente que ingresó también es muy importante. Ingresaron aproximadamente 30 nuevos académicos en ese período; no todos permanecieron pero el ingreso fue de 30 académicos nuevos”.
Una de las preocupaciones mayores que yo tuve fue que, además de la nutrición, el Instituto se dedicara al tema alimentos y en ese sentido hubo dos avances. Uno que prosperó y otro que no. El que prosperó fue preocuparse del Centro de Alimentos del INTA y todo lo que es la relación del INTA con las empresas a través de un buen desarrollo de la Asistencia Técnica; venía de antes, venía del tiempo de Ricardo Uauy, pero se hizo un trabajo muy fuerte de mejorar la relación con las empresas de alimen- tos y mejorar y acreditar el Centro de Alimentos que daba asistencia técnica.
Al mismo tiempo, se fortalecieron todos los Laboratorios de Investigación en Alimentos que son bastante importantes y bastante únicos en el país: se reforzó el trabajo que venía desarrollando Guillermo Figueroa en el Laboratorio de Microbiología, el Laboratorio de Antioxidantes con Hernán Speisky, el de Lípidos con Alfonso Valenzuela, y el de Biotecnología donde estaba Romilio Espejo, que también trabajó en el tema de alimentos. Ese es un esfuerzo que se hizo bien y el Instituto se posicionó mejor en el país en el tema de alimentos.
Y lo tercero que diría yo que fue uno de los grandes logros, fue tener una muy buena posición a nivel nacional en el tema de políticas públicas. Tuvimos muy buenas relaciones no sólo con el Ministerio de Salud, que era la tradición. Mantuvimos eso pero hicimos un buen trabajo para relacionarnos con el Ministerio de Agricultura, con el que nunca se había tenido relaciones sólidas, con el Ministerio de Educación, y con Odeplan (el actual Ministerio de Desarrollo Social).
El INTA participó muy activamente en el Consejo Nacional Vida Chile, que era el Consejo Nacional de Promoción de Salud que funcionó muy bien entre el año 1998 y 2005- hasta que vino el Plan Auge y el Consejo pasó a un segundo plano y aparece otro programa que es el EGO en el cual también participamos; o sea, colaboramos fuertemente en todo lo que fueron las políticas públicas de promover la alimentación saludable, la actividad física, la promoción de salud en general.
Otra cosa, para terminar el tema de lo positivo, es la creación de la Corporación 5 al Día-Chile el año 2006.
¿Algo negativo?
Entre las cosas que se trataron de hacer fue organizar, al interior de la Universidad de Chile, un grupo que trabajara fuertemente en el tema de alimentos. Logramos constituir por decreto de la vicerrectoría una organización de todos los que trabajábamos en alimentos en la Universidad de Chile: Facultad de Agronomía, Facultad de Medicina Veterinaria, Facultad de Química y Farmacia, Facultad de Medicina, Facultad de Ciencias y el INTA. Hicimos un grupo de gente que investigaba y trabajaba en el tema de alimentos y constituimos el Centro de Alimentos e Innovación Tecnológica (CAIT), dependiente de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo, pero cambia el Rector y el cambio de política de la rectoría hizo que este centro desapareciera, aunque en el papel todavía existe. Nunca más pudo seguir funcionando y eso claramente fue un retroceso.
¿Hay algo que, hoy día, piensa que no debió haber hecho?
Haberme quedado todo el segundo período. El primer período fue muy bueno, los primeros cuatro años. A los seis años ya había hecho todo lo que tenía que hacer y como no tenía apoyo de la rectoría porque la verdad es que yo tuve muy buen apoyo de la rectoría los primeros cuatro años pero cuando cambió Rector el apoyo disminuyó. Con Luis Riveros tuve muy buen apoyo y con Víctor Pérez muy poco. Porque consideraba que no tenía apoyo y, además, ya me quedaba muy poco que hacer, renuncié pero el Rector no me la aceptó bajo ningún punto de vista. Los últimos dos años fueron de administración por decirlo de una manera elegante.
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