May 29, 2014 nutyvida Perfiles Comentarios desactivados en Romilio Espejo, Profesor Titular de la Universidad de Chile, Miembro de Número de la Academia de Ciencias del Instituto de Chile
El profesor Romilio Espejo, académico del INTA, fue elegido en diciembre de 2013 Miembro de Número de la Academia Chilena de Ciencias del Instituto de Chile. Un merecido reconocimiento a uno de los primeros titulados en Chile de la carrera de Bioquímica. “Creo que es el primer puesto de por vida que tengo”, señala sobre la decisión de los Miembros de la Academia, destacando su preocupación por “seleccionar no los conocidos sino gente que haya tenido realmente un aporte, que hayan contribuido en cantidad y principalmente quizá más en calidad en las ciencias”, expresa agradecido.
Director Ejecutivo del Centro Nacional de Genómica y Bioinformática (CNGB) –creado para promover el uso de las ciencias ómicas en Chile–, Profesor Titular de la Universidad de Chile, Licenciado en Bioquímica, la trayectoria de Romilio Espejo Torres –que, en sesión extraordinaria de diciembre de 2013 “en consideración a sus méritos científicos y cualidades personales” fue elegido como miembro de Número de la Academia Chilena de Ciencias del Instituto de Chile–, comienza en la década de 1960 cuando recién titulado en la primera generación de bioquímicos de la Universidad de Chile se integra a la Facultad de Medicina de la Corporación. Hijo de un médico de Ferrocarriles del Estado y una profesora normalista, cursa sus primeros años en la Escuela Pública de San Rosendo para finalizar la educación primaria interno en el Liceo Alemán de Los Ángeles. En ese tiempo su padre, Romilio, es trasladado desde este pueblo a Concepción por lo que continúa sus estudios en el Liceo penquista hasta III° Humanidades. Su madre, luego de haber enviudado, “se olvidó de inscribirme en el Liceo y ahí consiguió que me aceptaran en la Alianza Francesa”. El profesor Espejo señala el duro cambio de vida luego del fallecimiento de su padre: “mi madre, cuando se casó dejó de trabajar, que era lo que se acostumbraba, y era dueña de casa. Cuando murió mi padre volvió a ser profesora normalista y el primer sueldo creo que no le alcanzó para pagar la micro, porque tenía que ir a trabajar a Coronel. Por eso se cambió, y terminé quinto y sexto en el Liceo de Coronel”.
De esos años (1954-1957) recuerda que “el Liceo de Concepción era uno de los mejores colegios de la ciudad; no tenía nada que envidiarle a la Alianza Francesa, había buenos profesores. En el Liceo de Coronel, en cambio, teníamos de todo. Desde profesores que eran muy buenos, inspiradores, hasta profesores que los encontrabas ebrios en la tarde…la miseria total. No sé por qué llegaban ahí, es que la miseria no era porque era un Liceo, sino porque era la miseria de Coronel y Lota. Se producía mucho dinero, pero la explotación de los mineros era espantosa; no era diferente a Sub Terra, eran las mismas condiciones”, expresa con cierta pesadumbre.
Del Liceo de Coronel, de donde recuerda a “una profesora de Química que inspiraba, motivaba a sus estudiantes”, se va a estudiar Bioquímica en la Universidad de Concepción donde cursó hasta el tercer año. Al dividirse el curso entre Químico-Farmacéuticos y Bioquímicos, él fue “el único que quería seguir estudiando Bioquímica. Entonces me ofrecieron venirme a Santiago y yo feliz…a la Chile, que era la única Universidad que tenía Bioquímica en ese tiempo, y que también era la primera generación”.
Apenas se recibe comienza a trabajar en la Facultad de Medicina de la misma Universidad en un departamento nuevo de virología. Expresa que gracias a una Beca Rockefeller “me podían mandar afuera y yo sin saber mucho elegí el Caltech, California Institute of Technology, que está entre las diez mejores universidades o institutos de Estados Unidos y del mundo, probablemente”. Cuenta que después de escribirle a Robert Sinsheimer fue aceptado como postdoc “a pesar de que no tenía el doctorado. Entonces llegué al Caltech, con el Research Fellow, con el conocimiento de un Licenciado. Fue muy difícil los dos primeros años porque obviamente tenía una preparación muy inferior al resto de los otros postdoc”.
Por distintas razones, agrega, nunca cursó el doctorado. “Diría que la principal es porque nunca obtuve una beca; o sea tampoco postulé a una beca para hacerlo. Mis becas duraban uno o dos años, y con eso no podía hacerlo. Pero una vez que tú has logrado cierto conocimiento, dices para qué; si ya lo sé. Y en ese momento en la Universidad el título, tener el doctorado, no era tan importante ni era algo que te fuera a ayudar mucho. En realidad había muy poca gente que lo tenía”.
Entre 1963 y 1973 para, según dice, “terminar lo que había iniciado acá”, comparte el tiempo entre los cursos de virología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y Caltech. “Lo que estuve haciendo fue biología molecular, entender cómo funcionan molecularmente los seres vivos, y los virus que atacan a las bacterias, los bacteriófagos”. Entonces ”-comenta con entusiasmo- “se me ocurrió ir a buscar estos organismos en lugares donde no habían sido estudiados aún. Y uno de los lugares era el mar; y obtuvimos virus que atacan las bacterias del mar y empezamos a estudiarlos acá porque teníamos que hacer algo diferente a lo que estaban haciendo en Caltech. No podíamos estar haciendo lo mismo porque no teníamos los recursos ni la capacidad”, indica el profesor Espejo.
“Y ahí es donde viene un poco la suerte”, señala el académico del INTA. “Había que aislar esos virus y empezar a caracterizarlos. Y al empezar a caracterizarlos empiezas con problemas de que hay un virus que no puedes caracterizar bien, que se pierde, que se muere. Mientras otros los purificabas bien, había otros que los perdías, se morían y no sabías por qué. En ciencias justamente lo que se porta mal, lo que es diferente es lo interesante. Lo que es igual a lo que se sabe no tiene mayor interés. Insistiendo en eso descubrí que estos virus se comportaban así porque tenían una membrana igual que las células; una membrana con lípidos”. Así relata lo que sería otro de sus descubrimientos: era el primer virus bacteriano que contenía una membrana con lípido. Igual que la membrana celular, tenía la misma estructura, pero este era un virus. Ningún virus bacteriano se conocía así”. “¿Qué era lo importante de eso?”, se pregunta. “Que los virus bacterianos”-agrega–“habían sido los elementos con los cuales se comprendieron muchos fenómenos: cómo replica el ADN, cómo se sintetizan proteínas. Aquí tenemos un virus que tiene una membrana, vamos a estudiar cómo se sintetiza una membrana, como se forma una membrana. Por eso fue importante”.
El estudio, que fue terminado en Caltech junto a Eliana Canelo y publicado en 1967 describe “un virus que es mundialmente conocido por la gente que trabaja en el tema”, el bacteriófago PM2. «Teníamos un virus muy interesante. Había mucha competencia, mucha gente estudiando lo mismo que uno con muchas más condiciones, pero cuando hicimos el primer paper había algo que no encajaba y eso era interesante. Después, en algún momento, tuvimos los recursos para estudiar eso y encontramos que ese ADN tenía una estructura especial que estaba recién empezando a conocerse: un ADN circular y cerrado”.
En esa época, entre los años 1967 y 1969, comenta el profesor Espejo que mientras la bioquímica estudiaba los ciclos metabólicos, tema que “odiaba”, empezó a interesarse por la biología molecular. «Era como la genómica ahora, quizás más nuevo que la genómica”, expresa.
“Estaba recién recibido, debo haber sido instructor. Teníamos que hacer clases: la Universidad no te contrata para hacer investigación. Era un chileno que no tenía 30 años todavía que publicaba en las mejores revistas de ciencias del momento. Me acuerdo haber recibido muchas felicitaciones, la gente me apreciaba mucho por lo que había hecho, por los trabajos, pero creo que no me daba cuenta de la importancia, la relevancia que tenía hacerlo desde un lugar tan pequeño y con ese desarrollo. Sentía que era importante pero no me daba cuenta de cuán difícil era hacerlo”.
El profesor Romilio Espejo cuenta que dejó la investigación del PM2 porque “era muy difícil competir”. “Fue una decisión muy compleja”-añade-“porque quise hacer algo más aplicado, hacer ciencia aplicada, y me fui a INTEC-CORFO que era un instituto que estaba en Lo Curro donde empecé a estudiar biolixiviación del cobre. Diría que fueron los primeros intentos en Chile. Eso fue a principios de 1973”.¿Por qué el cambio? “Porque era la Unidad Popular y quería contribuir al movimiento. A pesar de que ahora veo que contribuíamos mucho desde la ciencia básica, uno sentía que contribuía más haciendo algo más aplicado, y el cobre se había nacionalizado. Entonces estudiar cobre y nuevos procesos de la extracción del cobre era muy atractivo. Eso fue a principios de 1973”. Estuvo en el Instituto hasta septiembre. “El 11 nos quedamos ahí esperando que vinieran las reacciones del gobierno; reacción que no ocurrió. Llegaron los militares y nos amenazaron; ordenaron que no nos moviéramos de ahí, que iban a regresar pero que no podíamos movernos de ahí. En la tarde, en algún momento vimos que estaba todo despejado y dijimos ‘vámonos para la casa mejor’”.
Relata que el INTEC se reabrió después del 18 de septiembre. “Yo regresé a trabajar por el 20 y ahí nos tomaron presos. Llegaron Carabineros con listas de los que eran pro UP o pro gobierno y de los ciento y tantos que éramos nos tomaron presos como a 20. Nos llevaron primero al cuartel de carabineros que está ahí en Lo Curro, al lado del interrogándonos, buscando siempre si teníamos alguna preparación militar. Eso era lo que buscaban, lo inmediato, preparación y posición política, con amenazas de fusilamiento”, expresa.
Continúa el relato: “al día siguiente, nos llevaron al Estadio Nacional. Estuve preso casi dos meses, hasta cuando iban a cerrar el Estadio. Yo estaba destinado a Chacabuco, sólo por haber sido partidario de la UP. En esos tiempos era militante del Partido Comunista. Ese fue mi error. Alguien me dijo ‘no digas nada, no reconozcas nada`, y yo lo primero que hice fue decir que ‘era militante comunista pero no he hecho nada ilegal’. Ese era mi convencimiento: yo no he hecho nada, no tienen como perseguirme ni castigarme. Craso error. Creo que fue como tres o cuatro días después que yo salí que movieron a toda la gente a Chacabuco”.
“¿Por qué me sueltan? Varias cosas. Igual que una investigación; cosas fortuitas. Desde que me ayudó un junior de Carabineros que era un muchacho que me conocía del campo. Desde eso hasta presuntas intervenciones de la Embajada norteamericana porque la gente en Caltech se movió y justo en esos momentos el presidente o el secretario de la Academia de Ciencias de Estados Unidos era de Caltech y me conocía. Cuando fue el embajador al Estadio preguntó por mí. Yo creo que por eso me soltaron e inmediatamente me fui, salí”, señala el profesor Espejo, con la pausa necesaria para recordar.
Añade: “estoy convencido que la intención de tenerte en el estadio, amenazarte con eso y que se conociera las cosas más atroces que hicieron era precisamente para espantar a la gente, para aterrorizarla. La idea era que nosotros saliéramos aterrorizados de ahí y que eso nos paralizara, que no fuéramos capaces de hacer nada, responder con nada. Y en cierta medida lo lograron. Yo lo único que quería era irme de Chile. Estuve como un mes dando vueltas acá, mientras salía la visa, y me fui a Estados Unidos, a Caltech”.
En esa fecha, ya casado y con un hijo nacido el 6 de septiembre –Leonardo, hoy Licenciado en Música–, retorna a California. “Sigo haciendo biología molecular. Estuve dando vueltas por aquí, por allá, pero finalmente lo decisivo es que me voy a México. Consigo con bastante dificultad que me contraten en la UNAM donde estuve trabajando 12 años, hasta 1988”.
Recuerda Espejo que en 1976, cuando es contratado en la UNAM como investigador asistente, comienza a trabajar con Jaime Martucelli, quien recién había sido designado director del Instituto de Investigaciones Biomédicas. “Jaime estudiaba bacterias que producen infecciones y gastroenteritis”, explica, agregando que “yo iba dispuesto a trabajar en lo que me dijeran pero a poco de estar ahí empiezan a salir muchos artículos sobre un virus nuevo, que ataca niños principalmente, y que produce unas diarreas muy fuertes que no se conocía hasta ese momento. Son los rotavirus. Hablé con él y le dije que quería empezar a trabajar eso, no tuvo ningún problema, entonces ese laboratorio se fue convirtiendo poco a poco en un laboratorio de estos virus, de estos rotavirus. Y ahí hicimos también importantes contribuciones”.
El académico del INTA recuerda con nostalgia su vida en México pero también comenta el por qué luego volvió a Chile. “Siempre digo para qué lo dejé”, expresa. “Tenía el cargo más alto: investigador titular, fui jefe del Departamento de Biología Molecular del Instituto, que es lo más alto que puede llegar un extranjero. Tenía una muy buena posición cuando me vine, reconocimiento y un equipo; un equipo que todavía persiste. En México nace su segunda hija –Javiera, hoy Licenciada en Paisaje y Medio Ambiente.
Pero llega 1988 y dos cosas lo hacen renunciar: “la nostalgia por Chile y la porfía; cuando te echan de un lugar tú lo único que quieres es regresar. Me vine al Centro de Estudios Científicos de Santiago (CECS), porque la Universidad de Chile en ese momento no me iba a contratar. Me vine a trabajar en Virus de la Inmunodeficiencia Humana, en VIH, pero el CECS no tenía laboratorio. Entonces conseguí que me facilitaran un laboratorio en la Facultad de Medicina. No estaba contratado por la Facultad pero armé un laboratorio con los aportes de la Embajada de Francia”. En 1990 es contratado por la Universidad de Chile con la jerarquía de profesor titular.
Al poco tiempo, “no más de tres años” cuenta, “de una empresa minera, la Sociedad Minera Pudahuel, me empezaron a pedir asesoría en el tema de la biolixiviación en la que yo había trabajado antes, en 1973”. Durante cinco años participa en lo que define como “una de las contribuciones más grandes hechas en biotecnología en Chile”: “no es mérito mío”, subraya, “yo contribuí a eso”. Cuenta que era un equipo grande, un grupo de investigación formado por 12 investigadores, la mayoría de ellos con doctorados, trabajando en un sistema para biolixiviar cobre. Comenta que a pesar de que se hacía por mucho tiempo, no existía un protocolo, un procedimiento. Una tremenda contribución cuando en Chile, ahora casi el 20 o 30 por ciento o más del cobre se hace por biolixiviación, explica el facultativo.
Y finaliza contando de cómo fue su llegada al INTA, una casualidad más, como tantas en su vida. “Las primeras grandes plantas explotadoras de cobre por biolixiviación, Cerro Colorado y Quebrada Blanca en el norte cerca de Iquique, le compraron el procedimiento a la Sociedad Minera Pudahuel, pero se acabó la patente y la compañía decidió no continuar con el grupo de investigación. Ahí me quedé sin trabajo, y estuve a punto de regresarme a México porque estaba difícil. Aprendí que ninguna empresa te contrata por tus pergaminos sino porque necesitan a alguien que haga lo que tú sabes hacer. Fue difícil. Por suerte el INTA me contrató, pues necesitaba un profesor de biotecnología”.
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