En los últimos veinticinco años el consumo de edulcorantes artificiales y su incorporación en múltiples productos asociados con la alimentación ha crecido considerablemente. Si bien, está descartado que sea un factor detonante de cáncer, es necesario medir su consumo para evitar la aparición de ciertos focos de riesgo para la salud.

Dr. Francisco Pérez Bravo
Laboratorio Genómica Nutricional – Departamento de Nutrición, Facultad de Medicina
Laboratorio OMICS, INTA
Universidad de Chile

Los edulcorantes artificiales son aditivos alimentarios que llegaron para quedarse y, aunque no son nuevos -la sacarina aparece en 1879-, la oferta de productos que los incorpora para reducir calorías, potenciar ciertos sabores y realzar el dulce, se ha ampliado y diversificado enormemente en los últimos años. Gran parte de la población los incorporó en su alimentación para dejar el azúcar sin renunciar a la satisfacción que produce el sabor dulce.

Un edulcorante es cualquier sustancia, natural o sintética,  que le permite a la industria alimentaria generar productos con menos  calorías, también llamados dietéticos y, con ellos, reemplazar el uso del azúcar o sacarosa. Su oferta es amplia alrededor del mundo y son una buena opción para reducir calorías y también evitar caries, ya que no producen los ácidos que inducen a la formación de la caries, ni aportan sustancias que podrían llegar a ser fermentadas por las bacterias de la boca.

Desde la nutrición, es importante mencionar que, según datos y conclusiones generadas por un gran número de estudios, existe certeza de que el cáncer de estómago, páncreas, ovárico y endometrial no tendría relación con el consumo de sacarina, aspartame o acesulfamo K., siempre que éste haya sido controlado. En relación con el aporte energético, los edulcorantes artificiales llamados no nutritivos no aportan energía y, al ser incorporados a los alimentos para darles sabor dulce, podrían incrementar el placer por comer dulce.

Desde hace varios años la utilización de estos edulcorantes artificiales se realiza en forma combinada para compensar limitaciones individuales que estarían interfiriendo en la percepción del sabor dulce. Por ejemplo, se consume sacarina combinada con ciclamato o, sucralosa más acesulfamo K y ciclamato, porque existen casos de panificación (como el de la Stevia), que han reportado un cierto sabor metálico, el cual se ha solucionado con estas mezclas. También se combinan porque el sinergismo entre los edulcorantes suele potenciar el dulzor y reducir la exposición individual exagerada, para lo cual se ha establecido la Ingesta Diaria Admisible.

Los valores límites de la ingesta diaria admisible (IDA) de los aditivos  son  determinados por un Comité de Expertos sobre Aditivos Alimentarios (JECFA) el cual los propone al Codex Alimentarius quien finalmente los establece. . Pero, aunque su utilización está perfectamente descrita en el Codex Alimentarius y los límites sobre su ingesta diaria admisible  se han establecido con claridad, el abuso de estos edulcorantes no nutritivos los ha vuelto a poner en discusión.

Recientemente, la revista Cell Metabolism publicó un artículo, escrito por un grupo de australianos, que muestra que estos edulcorantes podrían modificar los patrones de saciedad. El estudio se realizó en  la mosca de la fruta y ha  tenido repercusión mundial, al igual que el publicado en el año 2014, por un grupo de israelíes en la revista Nature, que mostró que el consumo de edulcorantes artificiales modifica la microbiota intestinal.

El estudio realizado en moscas mostró un posible efecto del edulcorante, en ese caso sucralosa, sobre la capacidad que tiene el cerebro para regular el apetito y la percepción del gusto. En él se describe un vínculo, hasta ahora no estudiado, entre el dulzor y el contenido energético de los alimentos al mostrar que la exposición crónica a una dieta con sucralosa, cambió el comportamiento de las moscas llevándolas a consumir más alimentos. Dentro de las causas, los investigadores proponen que el centro de recompensa del cerebro al sabor dulce se asocia con el aporte energético del alimento, razón que genera una descompensación en la relación dulzor y energía que hace que el cerebro intente reequilibrarla aumentando las calorías consumidas (más del 30 %), esto bajo un esquema de consumo crónico. El mismo ensayo fue replicado en ratones con similar efecto.

Los primeros antecedentes de redes neuronales modificadas por edulcorantes no nutritivos datan del año 2008, época en la que el grupo de Frank y sus colaboradores publicaron estudios de imágenes que muestran la activación de redes particulares en el cerebro. Situación reconocida incluso en humanos, el año 2012, cuando se describió en la revista Physiol Behav un patrón de activación neuronal distinto, al comparar dulzor natural versus dulzor artificial.

Lo novedoso del artículo de Neely y colaboradores (referente a la mosca de la fruta) es la relación directa con el consumo energético, algo que se sospechaba, pero que no había sido demostrado. Si bien, los modelos de estudio pueden ser discutibles (mosca y ratón) al compararlos con el humano, esta aproximación entrega luces sobre la existencia de una posible relación entre el alto consumo de edulcorantes artificiales y las modificaciones en los patrones alimentarios; situación que siempre ha estado presente en los estudios epidemiológicos sobre obesidad y diabetes, pero que, hasta el momento, sólo muestra resultados controversiales entre el uso de edulcorantes no nutritivos, diabetes, obesidad y síndrome metabólico.

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