Jun 05, 2012 nutyvida Artículos, Psicología y nutrición, Salud y bienestar Comentarios desactivados en Apetito Ansioso: ¿cómo enfrentarlo?
Una paciente me dice: “doctor, ando muy ansiosa, por ejemplo, anoche llegué cansada a la casa después de un día terrible de trabajo, necesitaba algo, no sé qué, pero fui directo a la cocina, sin pensar abrí el refrigerador, buscaba algo, había un pedazo de torta del día de ayer, saqué el plato, un tenedor y me lo fui comiendo rápidamente, me empecé a sentir cada vez mejor? ah que alivio. Pero cuando terminé y me di cuenta, me vinieron las culpas ¿Qué hice?, de nuevo me puse a comer, ¿y la dieta?, si quiero bajar de peso y estoy tan gorda. Me remuerde la conciencia. Y de nuevo, los arrepentimientos. Pero me prometí que nunca más, que ahora sí que es verdad”. El propósito es evitar dicho estado, la persona busca sentir placer, bienestar o alivio. Aliviar emociones como la tristeza, aburrimiento, ansiedad, frustración, vacío, rabia, soledad, cansancio, nerviosismo y otros. Estados que surgen tras un evento vital o un conflicto interno.
También el hambre, como sensación displacentera, debido a la restricción de una dieta lleva a comer ansiosamente.
Y en ocasiones, aunque parezca raro, luego de un evento exitoso, que significó un trabajo agotador, provoca ansiosamente la necesidad de gratificarse con algo inmediato y se busca la comida como una vía equivocada de felicitarse a sí mismo.
En cuanto a los estados de ánimo negativos, a veces la persona no está consciente de dicho estado y solo nota un malestar. Hay una dificultad para entender y manejar las emociones.
Conciente o no conciente de su emoción, la persona confunde un estado emocional con una necesidad física: comer. En ese momento no intenta descubrir que hay detrás del deseo de comer, cede ante la necesidad, se tranquiliza y no reflexiona acerca de lo sucedido, repitiéndose este padrón continuamente.
Metafóricamente, la necesidad de comer ansiosamente nace desde el estado emocional y viaja al sistema digestivo en vez de ir al cerebro y mentalizar la situación, enfrentarla y resolverla. En vez de pedir ayuda psicológica, que sería una conducta funcional, la persona come, así la sensación de malestar se transforma en una experiencia y conducta disfuncional.
Otra paciente me dice: “no sé cómo me viene, es ganas de comer algo, es como una idea, se me pone en la cabeza. A veces trato de luchar en contra, pero la mayoría de las veces voy y como”. En ocasiones es la necesidad de sentir algún sabor en la boca, más raramente una sensación desde el estómago: “siento un hoyo en la guata y tengo que comer algo”.
También se come algo cuando se ve o se huele un determinado alimento: “yo me sentía bien, pero quedaron esos tapaditos del cumpleaños de mi marido, y de verlos, no me pude resistir y me los comí todos”.
El tipo de alimento que se busca es desencadenado por la exposición o el recuerdo de sus propiedades sensoriales, es decir, olor, sabor, consistencia y textura: “estaba tan mal, necesitaba sentir en la boca algo especial y me acordé de esa sensación de cómo se derrite el chocolate en la boca después de masticarlo, de esos chocolates duros, con almendras, y claro, fui a mi closet y tenía una barra, me la comí entera.”
Un adolescente me dice: “de nuevo me retó mi papá por mis malas notas, que por qué no me ponía a estudiar como mi hermana. Me dio mucha rabia. Cuando ellos salieron, me encontré con una bolsa de papas fritas, la verdad, no tenía hambre, pero prendí la tele, vi cualquier cosa, rompí la bolsa de papas y me puse a comer, una y otra y otra casi sin parar. Que rico, me fui sintiendo tan bien, un relajo, sin rabia. Era de esas bolsas gigantes, no me di ni cuenta cuando se terminó. Y ahí, estaba, lleno, no me cabía más, me sentí abotagado con mucha sed. No debí hacerlo, mejor hubiera chateado con un amigo, o salir a correr, pero de nuevo doc… me pasa siempre. Y de nuevo lo mismo, me prometí no volver a hacerlo, pero no me resulta”. Se buscan alimentos que sean fáciles de obtener, que no tenga que preparar o cocinar. Se abre el refrigerador o se busca algo en la despensa.
Se come en forma relativamente rápida y sin hacer pausas. A veces de pie junto al refrigerador o la mesa de cocina. O se lleva el alimento a algún lugar en especial, al dormitorio, en la cama o, al escritorio si lo hay.
A veces en forma impulsiva (no se reflexiona) y otras en forma compulsiva (lucha interna).
Se puede comer una barra de chocolates, unos trozos de queso, una bolsa de papas fritas. Se pueden consumir en forma seriada, un alimento detrás de otro, o en paralelo un alimento junto con otro, mezclando sabores que no calzan, es una perversión del apetito.
Otras veces se “picotea” escuchando música o viendo televisión y se come sin darse cuenta una bolsa de maníes o una gran bolsa de cabritas que quedó luego de ir a un cine.
Más raramente se ingieren grandes cantidades de comida (sobre ingesta, atracones), que pueden apuntar a una patología más grave y debe diferenciarse del apetito ansioso. También, y en el otro extremo, debe diferenciarse el ansia por comer de la persona golosa o de un gourmet, las que pueden comer poco o mucho pero poniendo el acento en el placer sin una ansiedad previa.
En nuestro caso, la conducta transgrede normas sociales y de buenas costumbres. Se come a escondidas, en la noche, cuando se está solo o se disimula si se está acompañado.
En todas estas situaciones se pierde el control de la conducta y eso es lo importante: la pérdida del control de la conducta.
Posteriormente, luego de comer y aliviar su estado displacentero, surgen sentimientos de culpa, recriminaciones, arrepentimiento con promesas (buen propósito) de no hacerlo nuevamente, frustración, rabia consigo mismo y de nuevo una molesta ansiedad.
Si la persona no encuentra algo que la satisfaga, se angustia, se desespera o se irrita y continúa buscando cualquier alimento aunque no sea lo que quería.
Los estados emocionales negativos y el hambre provocan cambios neuroquímicos en determinadas regiones cerebrales, especialmente prefrontales (que manejan la conducta como la impulsividad) y límbicas (que manejan la regulación de los afectos).
Provocan una disminución de los niveles de serotonina cerebral, lo que se traduce en displacer y aumento de la impulsividad, en nuestro caso, un estado emocional negativo con urgencia por comer.
Otro neurotransmisor, la Dopamina, tiene una correlación positiva y negativa en los niveles cerebrales en relación a la comida: mayor actividad dopaminérgica ante estímulos de comida atractivos; menor activación dopaminérgica durante estados emocionales negativos. Ambas situaciones llevan a un mayor deseo por la comida, a una disregulación emocional y una consiguiente conducta impulsiva. Al comer, se produce una normalización de los niveles de serotonina y dopamina, neurotransmisores que se asocian con la sensación y experiencia de placer. Sin embargo el alimento es un estímulo con alivio momentáneo por lo tanto, dichos neurotransmisores se nivelan solo momentáneamente y al poco rato surge nuevamente la necesidad de comer.
Si la persona no puede por sí misma manejar sus emociones frente a un evento vital o conflicto personal, debe consultar con un profesional de la salud. El psicólogo o psiquiatra trabajando en equipo con médico internista, nutricionista y nutriólogo puede resolver la situación.
Obviamente, se debe descartar alguna patología médica como una disfunción hormonal, entre las que se cuenta la Insulinoresistencia, el Hipotiroidismo y otras. Como también de cuadros psiquiátricos como la Anorexia y Bulimia. Para luego proceder a una ayuda especializada.
Por eso, hay que tener presente que: “Comer, no es sólo una necesidad biológica, es además, una reunión en torno a una mesa para compartir el alimento, una conversación y quizás un sentimiento”.
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