La reducción de la morbimortalidad por enfermedad cardiovascular es posible e involucra una serie de cambios de estilos de vida, los cuales pueden ser resumidos de una manera general en seguir una alimentación equilibrada tipo Dieta Mediterránea, realizar actividad física regularmente y mantener el peso corporal dentro de lo normal.

Por: Dr. Alex Valenzuela, Médico especialista en obesidad. Presidente de la Sociedad Chilena de Obesidad y Director Académico de la Federación Latinoamericana de Sociedades de Obesidad (FLASO). Docente de la Carrera de Nutrición y Dietética de las Universidades del Desarrollo Mayor

Las enfermedades cardiovasculares son un grupo de patologías que afectan el corazón y los vasos sanguíneos e incluyen el infarto al miocardio, los accidentes cerebrovasculares, enfermedad vascular periférica e hipertensión arterial, entre otras. Todas estas patologías cardiovasculares están estrechamente relacionadas con el desarrollo de ateroesclerosis y constituyen la primera causa de muerte en los países industrializados y en vías de desarrollo, incluyendo el nuestro, donde éstas representan alrededor del 29% de todas las muertes, aunque el riesgo de morir por enfermedad cardiovascular ha ido disminuyendo en la última década.

El riesgo de presentar enfermedad cardiaca aumenta con la edad, siendo más frecuente de observar sobre los 45 años y 55 años, hombres y mujeres, respectivamente. Entre los principales factores que promueven el desarrollo de enfermedad cardiovascular, además de la predisposición genética, destacan los excesos alimentarios, sobrepeso u obesidad, diabetes, estrés, tabaquismo y sedentarismo. Los estudios sugieren que un adecuado manejo de los factores de riesgo cardiovascular puede resultar en una significativa reducción de la morbimortalidad por esta causa. Así comúnmente, la prevención y tratamiento inicial de la enfermedad cardiovascular se enfoca principalmente en una dieta saludable e intervenciones de estilos de vida, evitando el tabaquismo, sedentarismo y la obesidad.

En cuanto a la dieta, una ingesta adecuada en cantidad y calidad de nutrientes, evitando la sobreingesta energética, es imprescindible para prevenir o tratar las enfermedades cardiovasculares. Ello solo es posible con una alimentación balanceada y variada que incluya preferentemente cereales, frutas, legumbres, verduras, lácteos descremados y pescados, con un bajo consumo de carnes rojas, sal y azúcares refinados.

Nuestra realidad

La última Encuesta Nacional de Salud realizada entre el 2009 y 2010, en una muestra representativa de más de 5.000 sujetos mayores de 15 años, mostró que el 17,7% de la población chilena presenta un riesgo cardiovascular elevado, esto como consecuencia de la alta prevalencia de factores de riesgo cardiovascular, como son: obesidad (25%), diabetes tipo 2 (9,4%), hipercolesterolemia (38,5%), tabaquismo (40,6%), ingesta exagerada de alcohol (18%) y sedentarismo (88,6%).

La mayor parte de las investigaciones tanto clínicas como epidemiológicas, señalan que la alimentación, en particular el alto consumo de grasas, azúcares y sal, se asocia fuertemente a enfermedades cardiovasculares.

Una alimentación saludable, entendiéndose como tal a aquella que aporta todos los nutrientes esenciales y la energía que cada persona necesita para mantenerse sana representa uno de los pilares básicos en la prevención y tratamiento de las enfermedades cardiovasculares.

Grasas dietarias ¿Qué tan malas son?

Durante los últimos años diversos estudios muestran que la relación entre salud e ingesta grasa depende más de la calidad de ellas que de su cantidad, es decir del tipo de ácidos grasos predominante ingerido en la dieta. Ello ha quedado demostrado en el patrón de alimentación de los países del mediterráneo, los cuales a pesar de consumir un alto porcentaje de grasas en su alimentación habitual, experimentan una baja morbimortalidad cardiovascular, lo que se explica especialmente por el alto consumo de grasas monoinsaturadas y poliinsaturadas, aportadas por el aceite de oliva, frutos secos y consumo de pescados. Este tipo de alimentación conocida como Dieta Mediterránea, ha mostrado tener importantes beneficios en la prevención y tratamiento de ciertas patologías metabólicas e inflamatorias.

Ácidos grasos saturados

Este tipo de ácidos grasos denominados así por carecer de dobles enlaces, es aportado preferentemente por el consumo de grasas animales y en menor cantidad por grasas vegetales como ocurre con el aceite de coco y palma, reconociéndose fácilmente por mantenerse sólidas a temperatura ambiente. Durante mucho tiempo se les ha atribuido ser las principales responsables de las enfermedades cardiovasculares, algo que parece estar cambiando. En efecto, algunos metaanálisis realizados recientemente demuestran que el consumo de grasas saturadas no se asocia a un mayor riesgo cardiovascular, como se aseguraba desde los tempranos trabajos realizados en la década del 50 en adelante por el fisiólogo norteamericano Ancel Keys en su famoso Estudio de los Siete Países.

A la luz de los conocimientos actuales se sabe que el colesterol LDL comprende un grupo de distintas subclases de partículas lipoproteicas que difieren en tamaño, densidad, composición, función metabólica y capacidad aterogénica. Si bien las grasas saturadas elevan el colesterol plasmático, particularmente la fracción LDL, el cual se ha asociado históricamente a un mayor riesgo de aterosclerosis y por ende a enfermedad cardiovascular, el tipo de partícula incrementada por ellas correspondería a las LDL grandes y flotantes (fenotipo A), las que se asocian débilmente a aterosclerosis. Contrariamente, las partículas de colesterol LDL pequeñas y densas (fenotipo B) por su fácil oxidación son realmente las verdaderas responsables de la aterosclerosis, las cuales se incrementan por una ingesta baja en grasas y alta en azúcares y grasas trans. Por otra parte, las grasas saturadas incrementan el colesterol HDL, considerado protector cardiovascular.

Ácidos grasos monoinsaturados

Este tipo de ácidos grasos que posee un solo doble enlace y cuyo consumo se ha asociado a un menor riesgo de enfermedad cardiovascular, está presente en grasas animales y vegetales, especialmente en el aceite de oliva, siendo el ácido oleico el principal representante en nuestra alimentación. Recientemente el Estudio PREDIMED (Prevención con Dieta Mediterránea), un estudio realizado en España con el objetivo de mostrar si la Dieta Mediterránea a 5 años previene las enfermedades cardiovasculares en personas mayores con un alto riesgo de sufrirlas, demostró los efectos positivos que tiene la suplementación de la Dieta Mediterránea tradicional con 50 ml de aceite de oliva extra virgen diarios (equivalente a 4 cucharadas soperas) en la prevención de la enfermedad cardiovascular, reduciendo en un 30% el riesgo cardiovascular, siendo incluso más efectiva que las dietas bajas en grasas.

Ácidos grasos poliinsaturados

Denominados así por poseer en su estructura más de un doble enlace, constituyen un grupo de ácidos grasos que no pueden ser sintetizados por nuestro organismo (esenciales), debiendo por tanto necesariamente ser aportados por la dieta. Se clasifican en ácidos grasos omega 6 y omega 3, según la posición del doble enlace.

Los países occidentales en general consumen una gran cantidad de ácidos grasos omega 6 (ácido linoleico y araquidónico), provenientes mayoritariamente de los aceites vegetales refinados, con cada vez menos incorporación de ácidos grasos omega 3 [ácidos alfa linolénico, docosahexaenoico (DHA) y eicosapentaenoico (EPA), por el bajo consumo de pescados en la dieta, lo que produce un desbalance acentuado a favor de los ácidos grasos omega 6, que en algunos países llega a ser de 20:1. Esto conduce a un incremento de metabolitos derivados de los omega 6, los cuales tienen efectos proinflamatorios, protrombóticos, vasoconstrictores y proaterogénicos, favoreciendo el desarrollo de enfermedad cardiovascular. El aporte de omega 3 a través del consumo de pescados grasos cocidos o al horno 2 veces por semana (unos 200 g), preferentemente de peces de agua fría como el salmón (especialmente silvestre), jurel, atún y sardina, parece ser la mejor opción para la prevención de enfermedad cardiovascular, al reducir los triglicéridos plasmáticos, la inflamación, la presión arterial y el riesgo de trombosis.

Existe cierta alarma por el grado de contaminación de los pescados con metilmercurio (neurotóxico), bifenilos policlorados (PCB) y dioxinas, siendo por ello más preocupante su consumo en la mujer embarazada, pudiendo potencialmente ser nocivos para el feto.

Ácidos grasos trans

Los ácidos grasos trans, son un tipo de ácido graso insaturado poco comunes en la naturaleza, que se caracterizan por tener al menos un doble enlace en configuración trans. Si bien los ácidos grasos trans son incorporados en pequeñísimas cantidades en nuestra alimentación diaria provenientes de la carne y lácteos de animales rumiantes, la mayor cantidad deriva de la industrialización de la grasa, agregándose a una gran cantidad de alimentos (margarinas, pan, galletas, repostería, embutidos, etc), en donde se añade con la finalidad de darle solidez, textura y duración. La fuente generadora de ácidos grasos trans es el proceso industrial de hidrogenación de aceites vegetales, permitiendo a éstos solidificarse.

Varios estudios en animales y humanos muestran que los ácidos grasos trans son perjudiciales para la salud cardiovascular, al promover la aterosclerosis, inflamación y diabetes tipo 2, al incrementar el colesterol LDL, reducir el HDL y favorecer la resistencia insulínica. Debido a esto, se ha establecido que el consumo de tan solo el 2% de la energía diaria proveniente de ácidos grasos trans, podría incrementar el riesgo cardiovascular en un 23%, lo que ha llevado a la OMS y OPS a recomendar definitivamente eliminarlas o al menos que su consumo sea inferior al 1%.

Azúcares al parecer más culpables de lo que se pensaba

En la actualidad existe un cambio en cuanto a la importancia que tienen los carbohidratos, particularmente los añadidos o agregados en el desarrollo de las enfermedades cardiovasculares. Éstos pasaron de ser considerados relativamente inocuos, a tener un rol importante en la epidemia de enfermedades crónicas no transmisibles observadas en la mayor parte de los países industrializados y en vías de desarrollo, como lo son la obesidad, dislipidemia, hipertensión arterial, diabetes tipo 2 y síndrome metabólico, incrementando el riesgo cardiovascular.

El alto consumo de azúcares añadidos, especialmente en bebidas y jugos azucarados, productos de pastelería, snacks y dulces y su alto impacto negativo en la salud, ha llevado a la OMS a replantearse las actuales guías que consideran como aconsejable una ingesta máxima del 10% de las calorías totales diarias, reduciéndolos a un 5%. Entre los azúcares añadidos, la alta cantidad de fructosa, un azúcar normalmente presente especialmente en las frutas (pero también en el azúcar de mesa), ingerida mayoritariamente a través de bebidas y jugos endulzados con jarabe de maíz de alta fructosa, ha centrado la atención de los investigadores por sus efectos diabetogénicos, obesogénicos y aterogénicos, entre otros. Cabe destacar que el consumo de fructosa contenida naturalmente en frutas y verduras, no tiene los efectos nocivos para la salud como los observados con su incorporación como azúcar añadido en los alimentos.

Sal

La sal o cloruro de sodio, uno de los aditivos alimentarios más empleados, es considerada un importante factor de riesgo para el desarrollo de hipertensión arterial en ciertos sujetos sensibles a ella. Existe un alto consumo de sal en la mayoría de los países, la mayor parte de ella incorporada en los alimentos procesados, sobrepasando largamente las recomendaciones diarias máximas de 5 gramos por la OMS, equivalente a 2 gramos de sodio. En Chile la última Encuesta Nacional de Salud estimó que el consumo de sal era de 9,8 gramos diarios.

La importancia de la restricción de sodio y su consecuencia, la reducción de la presión arterial, ha quedado de manifiesto en varios estudios en humanos, como también en aquellas comunidades cazadoras-recolectoras, en las cuales la hipertensión arterial es inexistente cuando no se ingiere sal extra. Uno de esos estudios fue el realizado con la Dieta DASH (Dietary Approaches to Stop Hypertension), donde se mostró que la presión arterial descendía aún más, tanto en sujetos normales como hipertensos, cuando este tipo de alimentación (rica en frutas y verduras y baja en grasas y azúcares refinados) se asociaba a restricción de sodio dietario, siendo directamente proporcional la caída de la presión arterial a la reducción de la ingesta de sodio. Por otra parte, la reducción del consumo de sodio en los sujetos hipertensos en tratamiento con fármacos antihipertensivos facilita el control de la hipertensión arterial.

Suplementos nutricionales y disminución del riesgo cardiovascular

La suplementación dietética con diferentes nutrientes incorporados a los alimentos y productos farmacéuticos o bien la adición de probióticos a ellos, con la finalidad de prevenir o tratar algunos factores de riesgo cardiovascular, han sido ampliamente difundidos y utilizados, como es el caso de los ácidos grasos omega 3, probióticos y fitoesteroles.

Ácidos grasos omega 3

Los ácidos grasos omega 3 DHA y EPA presentes mayoritariamente en los aceites de pescados y algas, tienen una acción benéfica en la salud cardiovascular, mediados por sus efectos anticoagulantes, antiaterogénicos, vasodilatadores, antiinflamatorios y antiarrítmicos. No obstante, a diferencia del consumo de pescado, existe cierta controversia en el ámbito científico si la suplementación de ácidos grasos omega 3 de origen marino tiene los mismos efectos protectores sobre las enfermedades cardiovasculares observadas con el pescado, esto es disminuir especialmente los niveles de triglicéridos plasmáticos, presión arterial y coagulación sanguínea. La ingesta de aceites de pescados hasta 3 gramos diarios parece ser segura, dosis mayores pueden incrementar el riesgo de hemorragias y disminuir la actividad del sistema inmune.

En cuanto a la suplementación de ácidos omega 3 de origen vegetal (ácido alfa linolénico, ALA) procedente de semillas como la chía, lino y cáñamo, son menos eficientes que los provenientes de aceites de pescados, ya que solo una pequeña proporción de ALA se transforma en EPA y DHA.

Probióticos

El uso de probióticos, es decir organismos vivos que confieren beneficios para la salud del huésped una vez consumidos en cantidades adecuadas, ha recibido considerable interés por la comunidad científica por su rol potencial en la prevención y tratamiento de las enfermedades cardiovasculares, constituyendo una estrategia terapéutica alternativa. Muchos estudios en animales y humanos muestran que los probióticos pueden proteger de las enfermedades cardiovasculares al reducir algunos de sus factores de riesgo, tales como: hipercolesterolemia, hipertensión arterial, inflamación, estrés oxidativo y resistencia insulínica.

El consumo de productos fermentados y adicionados con probióticos con combinación de cepas de Lactobacilus y Bifidobacterium, evidencian que éstos tienen efectos benéficos sobre los lípidos plasmáticos, especialmente reduciendo el colesterol LDL y aumentando el HDL. En cuanto a los mecanismos por los cuales los probióticos disminuyen el colesterol sérico no son del todo conocidos, pero parecen ser múltiples, postulándose que podría ser a través de una reducción en su síntesis hepática, un incremento en la utilización de colesterol por las propias células bacterianas y/o alterando la actividad de enzimas capaces de desconjugar las sales biliares, impidiendo su reabsorción intestinal y por tanto favoreciendo su eliminación por las deposiciones. Ello lleva al hígado a que tenga que volver a sintetizar las sales biliares a partir del colesterol plasmático, reduciendo así sus niveles plasmáticos.

Fitoesteroles y enfermedad cardiovascular

Los fitoesteroles son compuestos químicos vegetales que poseen una estructura similar al colesterol que les permite competir con el colesterol intestinal por la proteína transportadora NPC1-L1 (del inglés Niemann Pick C1 Like1) ubicada en la pared intestinal, disminuyendo por tanto su absorción intestinal, tanto del colesterol dietario como el biliar, incrementando su eliminación fecal, además de otros mecanismos anticolesterolemiantes.

A diferencia del colesterol, los fitoesteroles no son sintetizados en el organismo humano, absorbiéndose mínimamente en el intestino, siendo los más frecuentes: ß-sitosterol, campesterol y estigmasterol. Se encuentran ampliamente distribuidos en los alimentos, especialmente en nueces y aceites vegetales, como también en una gran variedad de alimentos funcionales (leches, jugos, yogurts, margarinas, etc).

La incorporación de fitoesteroles 1,5 a 3 gramos diarios a través de suplementos alimentarios ha mostrado reducir significativamente los niveles de colesterol LDL en un 13% después de 3 semanas, constituyendo una alternativa válida para reducir la hipercolesterolemia.

Dieta Mediterránea, un prototipo de nutrición saludable para el corazón

Fue descrita e impulsada por Keys a partir de los hallazgos del Estudio de los Siete Países en la década del 60, estudio que asociaba una alta ingesta de grasas (grasas saturadas y colesterol) con mayor prevalencia de enfermedad cardiovascular, algo que en el presente está en discusión. Actualmente se entiende por Dieta Mediterránea al estilo de vida, incluida la alimentación, que desde hace siglos mantienen los países de la ribera del mar Mediterráneo. Por tanto, más que un solo tipo de alimentación involucra variadas formas de alimentación, pero que comparten características comunes (Tabla 1), destacando una cantidad relativamente alta de consumo de pescados, carnes blancas, frutos secos, cereales, leguminosas, frutas y verduras junto a un bajo aporte de carnes rojas, leche entera y azúcares, además de una ingesta moderada de vino con las comidas.

La Dieta Mediterránea presenta innumerables beneficios para la salud, como ha quedado demostrado en los diversos estudios epidemiológicos y clínicos realizados en distintas poblaciones humanas, teniendo un efecto beneficioso en la reducción de los principales factores de riesgo cardiovascular, tales como dislipidemias, hipertensión arterial, diabetes, síndrome metabólico y obesidad. Lo anterior determina que las personas que siguen este patrón de alimentación tengan una esperanza y calidad de vida superior en comparación con aquellas que mantienen otros hábitos alimentarios.

Chile por su topografía, clima y hábitos alimentarios, como por su abundante variedad de pescados, frutas, verduras y ahora último por su gran producción de aceite de oliva, posee todas las ventajas para facilitar el seguimiento de una patrón alimentario similar a la Dieta Mediterránea. En síntesis, la reducción de la morbimortalidad por enfermedad cardiovascular es posible e involucra una serie de cambios de estilos de vida, los cuales pueden ser resumidos de una manera general en seguir una alimentación equilibrada tipo Dieta Mediterránea, realizar actividad física regularmente y mantener el peso corporal dentro de lo normal.

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