Tanto el balance energético como el hambre, el apetito y la saciedad, están regulados por múltiples factores genéticos y ambientales cuyo objetivo es asegurar un adecuado funcionamiento del organismo.
Por: Dra. Raquel Burrows, Profesor Asociado INTA, Universidad de Chile
El ambiente en que viven la persona y los estilos de vida actuales pueden influenciar tanto la ingesta como el gasto calórico. Nuestra programación genética (cuya data es algo más de 100 mil años), es la de un cazador recolector. Este genotipo “ahorrador” fue seleccionado porque mostró claras ventajas para sobrevivir en un medio donde la alimentación era escasa y había que realizar un enorme esfuerzo físico para conseguir el alimento. La facilidad para acumular energía y una buena condición física, son características que distinguen al cazador recolector “apto” para mantenerse con vida y dejar descendencia y nuestra biología resguarda con complejos mecanismos la mantención de un equilibrio energético (entre ingesta y gasto calórico) y la acumulación de energía pues de esa forma es posible la sobrevida en un ambiente escaso en alimentos y donde es necesario un gran esfuerzo físico y gasto calórico para conseguirlo.
La conducta alimentaria es un concepto muy amplio, que involucra tanto la ingesta “fisiológica” que responde a la necesidad de obtener “el combustible” necesario para que el organismo funcione adecuadamente, como también el “Comer en Ausencia de Hambre”, que se caracteriza por la ingesta de alimentos ricos en calorías y altamente palatables, que no corresponde a una respuesta de hambre, sino más bien a una necesidad de “obtener placer” ó “gratificación”. La evidencia científica coincide en que ésta es una conducta muy generalizada en los tiempos actuales.
Diferencia entre hambre y apetito
El hambre, responde a la necesidad fisiológica de alimentarse para cubrir los requerimientos energéticos del gasto calórico diario y mantener los depósitos de combustibles. El apetito, a diferencia del hambre, está asociado a una sensación gratificante por consumir ciertos alimentos, independiente de la sensación de hambre y evolutivamente responde a la necesidad de ingerir más alimentos aún en ausencia de hambre, para seguir llenando los depósitos de grasa y de esa forma lograr una reserva de combustible, para los períodos en que no habrá posibilidades de alimentarse.
Los centros del hambre son estimulados preferentemente por factores internos; en cambio, los centros del apetito son estimulados fundamentalmente por factores externos (características de los alimentos como olor, sabor, contenido graso y de azúcares, aspecto, asociación del comer con sensaciones y situaciones placenteras, entre otras). La epidemia de obesidad actual, está asociada fundamentalmente al apetito gratificante.
Tanto el balance energético como el hambre, el apetito y la saciedad, están regulados por múltiples factores genéticos y ambientales que incluyen miles de genes y una compleja red neuronal y hormonal cuyo objetivo es asegurar un adecuado funcionamiento del organismo, actividad física y reserva de combustible. De esta forma, se resguarda una alimentación óptima en cantidad para que todas estas funciones se cumplan. Bajo condiciones normales, todo el combustible ingerido durante el día (alimentos) es metabolizado para dotar al organismo de la energía necesaria para que el cuerpo realice todas sus funciones (gasto metabólico basal), regule la temperatura (termo- génesis) y tenga un funcionamiento muscular (gasto calórico para la actividad física). El combustible no utilizado se deposita en forma de grasa, como una reserva que cubre las necesidades de los períodos en que no hay posibilidad de ingerir alimentos. Los centros cerebrales del hambre, el apetito y la saciedad más importantes están ubicados en el hipotálamo, en la corteza cerebral (sistema límbico) y en el tallo cerebral caudal, quienes tienen un rol fundamental en el control de la ingesta de alimentos. Estos centros son estimulados por múltiples señales internas peri-ricas (hormonales y mecánicas) provenientes fundamentalmente del sistema digestivo (estómago, páncreas, hígado), del tejido graso y del muscular y por señales externas.
La insulina, la leptina y la Grelina, son hormonas encargadas de mantener en el tiempo un adecuado equilibrio energético. La insulina, secretada por el páncreas y la leptina, secretada por el tejido graso, aumentan en proporción a la masa grasa del cuerpo y actúan inhibiendo la ingesta alimentaria, cuando los depósitos periféricos de grasa están “llenos”. Luego, el aumento de estas hormonas entrega al hipotálamo la información necesaria para que éste disminuya la ingesta de alimentos inhibiendo el centro del hambre y estimulando el de la saciedad. Estas dos hormonas mantienen en el tiempo, un adecuado equilibrio energético y actúan tanto sobre los centros de la “alimentación homeostática” (centro del hambre) como de la gratificante (centro del apetito). La grelina en cambio, secretada por el estómago, aumenta el hambre y el apetito y su secreción se produce cuando el estómago está “vacío”, de tal forma que entrega señales al hipotálamo para que éste estimule la ingesta de alimentos y de esa forma, “llenar” los depósitos de grasa.
Otras dos hormonas, la Orexina A y la Orexina B, que son sintetizadas en el hipotálamo, actúan estimulando fundamentalmente los centros del apetito y su aumento se ha visto asociado no sólo al comer gratificante sino además a otras conductas adic- tivas como son la ingesta de tabaco, drogas y alcohol.
El comer gratificante es causa de obesidad
El ambiente actual favorece una acumulación anormalmente alta de energía, pues se caracteriza por una gran oferta de alimentos de alta densidad calórica y por un escaso esfuerzo físico, ya que las horas diarias de actividades de gasto calórico mínimo (clases, televisión, computador, automóvil, entre otros) superan con creces a las horas de actividades de alto gasto energético (deportes, ejercicio, educación física, caminar entre otros).
A nivel mundial, se reconoce al “comer gratificante” como una importante causa de obesidad, especialmente en los países que han alcanzado un mayor grado de desarrollo económico. En Chile, hay una amplia oferta de alimentos de alta densidad calórica, los que son promocionados en forma atractiva y a los que puede acceder gran parte de la población, incluidos niños y adolescentes.
62% de adolescentes de 16 años comen sin hambre
Un estudio realizado en el INTA, en adolescentes de 16 años, mostró que la conducta del “comer sin hambre” se produjo en el 62% de ellos. El estudio consistió en ofrecer a cada adolescente una “colación” con los mismos alimentos que suelen ofrecerse en los kioscos de sus colegios (papas fritas, ramitas, helados, gaseosas, chocolates entre otros), 20 minutos después de haber ingerido un desayuno que aportó en promedio 465 calorías y donde el 80% de los jóvenes señaló haber quedado satisfecho. La ingesta calórica promedio de esta colación alcanzó a 294 calorías. Estos resultados confirman que la conducta del “comer gratificante” es una conducta muy generalizada ya que obedece a una programación genética que en algún momento dio claras ventajas para la sobrevivencia.
La prevalencia de obesidad en la población escolar se cuadruplicó entre los años 1985 y 2000, manteniéndose posteriormente en un 18 a 22%. El marketing mediático de alimentos de alto contenido graso y calórico, unido al libre acceso que tienen los escolares a alimentos altamente “palatables” en sus colegios, casa, kioscos, entre otros, podrían ser importantes determinantes del “comer gratificante” y señalan la importancia de controlar en la población infanto juvenil, la oferta de este tipo de alimentos en aquellos espacios donde no cuentan con el control de sus padres y la necesidad de regular el marketing que los promociona.