El tejido óseo adulto es renovado continuamente a lo largo de la vida, por lo cual nuestra masa ósea está en activa formación y degradación. Como consecuencia del envejecimiento hay un desequilibrio entre estas actividades, lo cual lleva a una pérdida neta de masa ósea y de fuerza, que puede originar una enfermedad ósea como la osteoporosis. Una alimentación y actividad física adecuadas pueden contrarrestar esta enfermedad.
Por Ana María Pino, Bioquímico, Profesor Asociado, Juan Pablo Rodríguez, Doctor en Ciencias, Profesor Titular, Laboratorio de Biología Celular y Molecular, INTA – U de Chile
A nivel celular los procesos de formación y degradación del hueso dependen de la actividad de dos tipos de células: los osteoblastos y los osteoclastos respectivamente. En condiciones normales, el tejido óseo adulto se renueva continuamente a lo largo de la vida gracias a estas células. Para la formación del hueso se requiere que las células que originan los osteoblastos proliferen y se muevan a la superficie del hueso y que ahí se diferencien a osteoblastos, los cuales depositan el calcio. Por otra parte, los osteoclastos se adhieren a la superficie ósea para disolver el hueso viejo mediante la acidificación de la matriz ósea y la acción de enzimas proteolíticas (lisosomales). Mediante este proceso, los osteoclastos eliminan tejido óseo antiguo liberando minerales, lo que resulta en una transferencia de calcio desde el hueso a la sangre.
En la edad adulta, la degradación y formación del hueso están reguladas para que se mantenga constante la masa ósea. En esta regulación participan mecanismos de origen genético, sistémico (hormonales, nutricionales, neurales, mecánicos) y locales (de la médula ósea). Durante la infancia y adolescencia, la formación excede a la degradación, por lo cual los huesos crecen tanto en largo como en grosor, aumentando la masa y densidad ósea, llegando a un máximo alrededor de los 25 a 30 años de vida. Posteriormente, como consecuencia del envejecimiento, hay una pérdida neta de hueso porque hay menor eficiencia para su formación, la cual no compensa la cantidad de hueso perdida por acción de los osteoclastos, llevando a una pérdida neta de masa ósea y de fuerza, lo que puede originar una enfermedad ósea como la osteoporosis (Ver Figura).
La osteoporosis se produce entonces, por un desbalance entre la formación y degradación ósea debido a un aumento de la actividad de las células que degradan el hueso y a una menor eficiencia de las células que lo forman, además de una falla en la microarquitectura del hueso. Esto lleva a disminuir la calidad del hueso lo que produce un aumento de la fragilidad ósea y del riesgo de fracturas. Esta enfermedad ósea se manifiesta sobre los 50 años, en 1 de 3 mujeres y en 1 de 8 hombres. En mujeres la pérdida de la producción de hormonas del ovario en la menopausia contribuye a dicho desequilibrio porque produce un aumento en el proceso de resorción ósea. Además de la edad y el género, otros factores de riesgo para la osteoporosis son el sedentarismo y estilos de vida no saludables.
Osteoporosis y nutrición
El máximo de masa ósea en un individuo adulto se logra por la formación de hueso durante la niñez y adolescencia, período en que ocurre el crecimiento más rápido del esqueleto. Durante este período hay una gran demanda de nutrientes para la formación de la matriz ósea, como calcio, fósforo, magnesio y vitamina D. Otros nutrientes como cobre, zinc y hierro son igualmente importantes para producir colágeno, proteína sobre la cual se deposita el calcio en el hueso.
Cubrir los requerimientos nutricionales para una formación óptima de hueso durante la primera infancia es fácil a través de la lactancia materna o de fórmulas infantiles. Es importante tener presente que un adecuado consumo de leche durante la niñez suple los requerimientos de un número importante de nutrientes y no existen fuentes alternativas que puedan reemplazar el aporte de nutrientes que da la leche. Según lo confirman estudios retrospectivos, las personas que fueron buenos consumidores de leche en su niñez tienen un menor riesgo de sufrir fracturas óseas en la edad adulta. Sin embargo, el mayor crecimiento óseo ocurre durante la pubertad, etapa en que la dieta de los jóvenes está muy influenciada por el ambiente alimentario en que ellos están insertos. Éste es un período extremadamente importante para el desarrollo óseo, lo cual queda de manifiesto en estudios que muestran el efecto que tiene el consumo de lácteos en adolescentes para la adquisición de la masa ósea. Durante los cuatro años previos a la obtención del máximo de masa ósea, se adquiere alrededor de un 40% de la masa ósea total.
El grupo de nutrientes que mayormente se ha asociado con la salud ósea son los que contienen los productos lácteos. Estos productos proveen entre el 20% a 75% de los requerimientos de calcio, proteínas, fósforo, magnesio y potasio. El consumo recomendado de ellos es de dos a tres porciones diarias; sin embargo, la población ingiere mucho menos. Esto se debe entre otros motivos, a un aumento en la incidencia de la mala digestión de la lactosa y al aumento del consumo de bebidas gaseosas.
La vitamina D es muy importante para el hueso en la absorción de calcio a nivel del intestino. Esta vitamina es muy escasa en los alimentos, siendo su principal fuente los pescados grasos, como salmón y atún y los aceites de pescados como el de hígado de bacalao. También está presente en alimentos fortificados, como algunos cereales, productos de panificación y leche. La vitamina D se forma en nuestra piel por efecto de la radiación solar, de ahí que se recomienda la exposición al sol durante 10 a 20 minutos diarios, sin bloqueador. Es importante tener en cuenta que la cantidad de vitamina D producida por una persona de 70 años es un 30% de la que produce un joven expuestos a una cantidad similar de luz solar. Otros alimentos que se han asociado positivamente con la salud ósea son las frutas y verduras, aceites vegetales, carne, pescado y pollo.
En los últimos años ha habido un gran interés por el uso de compuestos naturales que tengan actividad biológica y que puedan reemplazar o disminuir el uso de drogas para la mantención de la salud del hueso. Uno de los compuestos más estudiados son los flavonoides, especialmente la isoflavona del poroto de soya, la cual puede tener un efecto semejante al de las hormonas ováricas. En Asia, existe evidencia epidemiológica de que el consumo de soya disminuye el riesgo de las fracturas de cadera; sin embargo, en occidente el consumo de soya es muy bajo, por lo cual el consumo de isoflavonas de soya se realiza a través de suplementos alimenticios.
En resumen, conservar una buena salud de los huesos depende en parte,
de una adecuada ingesta de macro y micronutrientes. Tres nutrientes importantes para la salud ósea son el calcio, la vitamina D y las proteínas. Una protección óptima de los huesos requiere de una dieta rica en todos los nutrientes esenciales.
Ejercicio y masa ósea
En la actualidad, se ha demostrado que la estructura y masa ósea están estrechamente relacionadas con la actividad muscular y que la fuerza muscular está asociada positivamente con la masa ósea. En este sentido, es ampliamente aceptada la existencia de un vínculo entre el ejercicio, es decir, la función muscular, y el hueso, aunque no se conoce cómo la función muscular regula la masa ósea. Este vínculo puede establecerse no solo por la proximidad física e interacción mecánica, sino también por sustancias producidas por cada uno de estos tejidos y que tendrían efecto en el otro.
En esta misma línea se puede mencionar que en un porcentaje importante de personas mayores, la osteoporosis se produce conjuntamente con debilitamiento muscular y pérdida progresiva de la funcionalidad física, lo que se conoce como sarcopenia. También se ha observado que la función tanto del hueso como del músculo se deteriora por exceso de glucocorticoides o deficiencia de vitamina D, mientras que los andrógenos la conservan.
Los beneficios del ejercicio sobre la salud de los huesos son ampliamente reconocidos. El ejercicio físico aumenta la masa ósea, en particular durante la niñez y adolescencia y se considera como el mejor tratamiento no farmacológico para la osteoporosis. En adultos, la disminución en la actividad física puede llevar a una pérdida progresiva del contenido mineral óseo y aumento de fracturas osteoporóticas. Peor aún, se ha observado que el desuso y la ingravidez pueden afectar notablemente la fisiología del hueso; así, los astronautas pierden masa ósea 10 veces más rápido que mujeres en la menopausia temprana; también los pacientes en estado vegetativo tienen un mayor recambio óseo y disminución de la densidad mineral ósea y un 20% de estos pacientes desarrollan fracturas espontáneas.