Imagínate frente a una caja llena de tus bombones favoritos ¿qué pensarías?, ¿qué recuerdos vendrían a tu mente?, ¿qué decisión tomarías: comerlos todos, ignorarlos, comer solo uno? En un ambiente de muchas tentaciones alimentarias ¿cómo elegimos lo que preferimos comer? Sin duda, hay diversos factores que influyen en el proceso, pero es nuestro cerebro el que rápidamente tomará esa decisión.
Por Sussanne Reyes, PhD MSc en Ciencias de la Nutrición, Nutricionista, INTA – U. de Chile
El cerebro está formado por muchas regiones que se comunican entre sí a través de sistemas complejos de redes o circuitos que están en constante actividad. Mientras algunos de estos circuitos están activos, otros están inhibidos y viceversa, esto sucede cuando estamos despiertos, durmiendo o en reposo.
Los esfuerzos en el ámbito de la investigación para disminuir la prevalencia de obesidad han sido dirigidos hacia múltiples áreas, entre ellos, la generación de cambios en el ambiente, la educación alimentaria, la promoción de estilos de vida saludable y el entendimiento de la regulación del balance energético. No obstante, se ha dejado de lado la gran importancia que poseen varias regiones del cerebro en la regulación del apetito. Por ejemplo, una de las regiones cerebrales que tradicionalmente se relaciona con la alimentación es el hipotálamo, el cual está asociado al control fisiológico del apetito y al balance energético, a través del monitoreo de los niveles sanguíneos de diversas hormonas.
Sin embargo, el hipotálamo no trabaja solo, otras regiones cerebrales adquieren relevancia cuando nos referimos a escenarios con una amplia disponibilidad de alimentos no saludables, y además, con mensajes como “prefiera alimentos con menos sellos y si no tienen, mejor”, ambientes laborales sedentarios, etc. En este contexto, existen habilidades/funciones cerebrales esenciales que nos ayudan a evitar una extensa gama de problemas de salud, como la obesidad. Dentro de estas funciones cerebrales, conocidas como funciones ejecutivas, podemos mencionar: la capacidad para inhibir comportamientos inapropiados, la flexibilidad cognitiva, el monitoreo de nuestras acciones, la capacidad de atención selectiva y sostenida, la capacidad de sentirnos recompensados, y finalmente, tomar decisiones.
El equilibrio o balance adecuado de estas funciones cerebrales es esencial para que cada persona lleve a cabo actividades que promocionen la salud, como por ejemplo, el automonitoreo, realizar cambios en el estilo de vida y en la alimentación, resistir la presión de tomar decisiones riesgosas, ser más consciente de nuestra seguridad y la de los demás y responder mejor al estrés. Todo esto se traduce en una población más sana y con una reducción de los costos de salud.
Las funciones ejecutivas cerebrales están presentes en la niñez, pero continúan madurando hasta la adultez. Estudios realizados en niños concluyen que estas funciones pueden influir en las conductas alimentarias y afectar el riesgo de obesidad en la adolescencia y adultez. Por tanto, su adecuado funcionamiento tendría un papel clave en la prevención y tratamiento de la obesidad.
Investigación en el INTA sobre las funciones cognitivas y la obesidad
En el Laboratorio de Sueño y Neurobiología Funcional del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos, como resultado del seguimiento de una cohorte longitudinal por casi 25 años se evaluó la función cognitiva de control inhibitorio en niños de 10 años de edad con condición de normopeso (NP) y sobrepeso/obesidad (SO). El control inhibitorio se estudió a través de dos tareas neurocognitivas conocidas como Stroop test y Go/No-Go task, determinándose que existen alteraciones en las funciones de control inhibitorio en el grupo de niños SO, lo cual podría contribuir a un consumo excesivo de alimentos.
Durante la adolescencia, investigamos las diferencias en las funciones cognitivas de control inhibitorio y sensibilidad a la recompensa en jóvenes de 16 años de edad NP y SO. Para evaluar el control inhibitorio se utilizó la prueba neurocognitiva llamada tarea Antisacádica. La influencia de la recompensa en el rendimiento cognitivo se evaluó a través de la tarea de Incentivos determinando el efecto de tres tipos de incentivos (neutro, pérdida y recompensa) en el rendimiento. Demostramos que en los adolescentes SO existe un desbalance entre la inhibición y la respuesta a los incentivos, lo cual podría influir en los comportamientos alimentarios en esta etapa de la vida.
Al estudiar longitudinalmente a este grupo de participantes, es decir, de la niñez a la adolescencia, encontramos que aquellos niños con peor rendimiento en la tarea cognitiva Stroop test presentaban mayor riesgo de ganancia de peso en la adolescencia.
Actualmente, con técnicas sofisticadas de estudios de resonancia magnética funcional, nos hemos propuesto investigar los circuitos cerebrales de adultos NP y SO. Esta metodología nos permite explorar la conectividad de circuitos de la sustancia gris y blanca entre regiones cerebrales de nuestro interés. Resultados preliminares sugieren diferencias en estos patrones de conectividad cerebral en los grupo NP y SO.
Además en el Proyecto de Iniciación FONDECYT, Relationship between white matter integrity, sensitivity to reward and early neurocognitive behavior in otherwise healthy obese young adults, en curso, se plantearon dos objetivos: a) Determinar si los patrones de sustancia blanca cerebral en adultos SO están asociados a la sensibilidad a la recompensa; b) Establecer si el menor rendimiento en tareas cognitivas en la niñez-adolescencia predice los patrones de sustancia blanca cerebral de adultos SO.
Los hallazgos de esta investigación contribuirán profundamente al entendimiento del complejo funcionamiento del cerebro en las personas SO y cómo el ambiente obesogénico impacta a nuestro cerebro. Además, al estudiar los factores predictivos de cambios en la conectividad cerebral de adultos, contribuiremos a reconocer la necesidad de considerar al dominio neurocognitivo en las intervenciones y estrategias de prevención y reducción de la obesidad a edades tempranas.