La obesidad no sólo debe apreciarse como un problema estético, sino como una verdadera causante de problemas de salud. Los efectos adversos en nuestro bienestar dependen de la composición de nuestro cuerpo y de dónde se deposita la grasa, aceptando que esta última no es el enemigo, sino que el exceso de ingesta de energía.

Por Mariana Cifuentes Químico Farmacéutico, U de Chile, Ph.D. en Ciencias de la Nutrición, Rutgers University, Profesor Titular, INTA – U de Chile

¿Para qué engañarse? Una de las principales razones por la que nos molesta el sobrepeso y la obesidad, es por un tema estético. Sin desmerecer lo importante que es la carga psicológica y el efecto que el exceso de peso puede tener sobre la autoestima en muchos obesos, una de las preocupaciones más urgentes en relación al tema no está dada por cómo la persona luce. Lo que alarma realmente es lo que no se ve: los problemas que la obesidad puede generar en el metabolismo, el sistema cardiovascular, el gastrointestinal, cómo puede afectar huesos y articulaciones, el sueño, incluso aumentar el riesgo de algunos tipos de cáncer. Todos estos problemas asociados a la obesidad atentan gravemente contra la salud, incluso la vida.

El exceso de peso no lo es todo. Si bien el sobrepeso y la obesidad se definen de acuerdo a un cálculo que considera el peso corporal y la talla (índice de masa corporal o IMC). Este índice es útil como medida para estudios en grandes grupos de gente, sin embargo, a nivel individual puede llevar a muchos errores. Por ejemplo, un deportista puede tener un peso corporal relativamente alto debido a su masa muscular, por lo que su IMC lo catalogaría como obeso, pero dada su proporción de grasa y músculo, además de su condición física, está lejos de serlo o de estar en riesgo. Por otro lado, alguien de contextura de peso normal, pero con un abdomen prominente, puede tener un IMC normal, sin embargo esa acumulación de grasa probablemente lo tiene en un serio riesgo de salud.

La distribución de grasa en nuestro cuerpo

Más importante que el peso y el IMC, la composición del cuerpo (cuánta grasa y cuánto músculo) es un mucho mejor indicador del riesgo para la salud. Pero todavía eso no es todo, la grasa corporal total no es tan importante como su distribución, es decir, saber dónde tiende a acumularse esa grasa. Es así como surge una clasificación general de dos tipos de formas corporales o tendencias a acumulación: una “tipo manzana” o central, en la zona abdominal, y la otra “tipo pera”, donde la grasa tiende a estar preferentemente en caderas y muslos (grasa subcutánea). Se sabe que la forma tipo manzana conlleva un mayor riesgo de presentar enfermedades metabólicas y cardiovasculares que la tipo pera. Lo que lamentablemente no se sabe aún es por qué o cómo tienden algunas personas a acumular su grasa en uno u otro depósito.

Los instrumentos usados en investigación para evaluar la distribución de la grasa son muy sofisticados, sin embargo, una aproximación muy accesible para todos es la simple huincha de medir (cinta métrica). Si bien en la clínica se requiere de entrenamiento para la medición, en términos generales esto se debe realizar en el punto medio entre el borde inferior de la última costilla y la cresta ilíaca (borde superior de la cadera), con la cinta puesta en forma horizontal, con el abdomen relajado y al final de una espiración normal (sin forzarla). Según las guías vigentes del Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos, una circunferencia sobre los 88 cm en mujeres y 102 cm en hombres, debería ser una señal para a entrar en acción. En este sentido, es muy importante mencionar que si se tiene el propósito de comer saludable y hacer ejercicio para disminuir el riesgo, bajar de peso no debería ser la principal meta. Es mucho más relevante poner la atención en si queda más suelta la ropa (o para los más dedicados, si la huincha de medir acusa algunos centímetros menos), lo que significa que el plan está siendo un éxito. Debe quedar claro que el peso no es lo más relevante, ya que, sobre todo si se está haciendo ejercicio, es posible que se esté ganando masa muscular, y con ello posiblemente la reducción de peso sea menor a lo esperado.

La grasa no es el enemigo

Otro mito importante a derribar es que la grasa no es nuestro enemigo. El enemigo es lo que nos está haciendo consumir más energía de la que gastamos: puede ser algo en nosotros mismos y la manera como nos comportamos, puede ser el ambiente, incluso la influencia de nuestros familiares y amigos; lo más probable es que sea una mezcla de todo lo anterior. Lo único que hace el tejido adiposo o grasa es administrar ese exceso y acumularlo en un lugar seguro, ya que si no se acumulara allí se repartiría por los órganos que no están preparados para almacenar grasa, y los haría fallar. Es lo que pasa cuando se acumula grasa en el hígado y las arterias, por ejemplo. En otras palabras, el tejido adiposo es nuestro aliado a la hora de ayudarnos a almacenar en forma de grasa lo que comemos de más, para cuando necesitemos utilizarlo; es un excelente administrador de la energía. Cabe agregar que tiene la capacidad de “aguantar” bastante exceso, independiente de los problemas estéticos que eso nos pueda ocasionar. El verdadero problema surge cuando el exceso de consumo sobrepasa la capacidad de regulación de nuestra grasa, y ésta “se enferma”, es decir que al sacarla de su equilibrio, deja de funcionar como debe y empieza a hacer daño. Así, puede suceder que la acumulación “segura” en piernas, caderas y otras zonas bajo la piel (subcutáneas, forma de pera) se sobrepase y comience a acumularse grasa en la zona “central” o abdominal (manzana), cerca de los órganos internos, una grasa que es distinta porque no tiene la misma capacidad de almacenar el exceso que la subcutánea, y se vuelve “grasa enferma”.

La enfermedad del tejido adiposo

Algunos investigadores usan el término “adiposopatía” para describir que la enfermedad del tejido adiposo se transforma en una enfermedad a nivel del organismo. Esta adiposopatía se describe como una serie de alteraciones anatómicas y fisiológicas de la grasa que tienen como consecuencia final una lista de importantes enfermedades. Condiciones como diabetes tipo 2, hipertensión, hígado graso, algunos cánceres y otros asociados a obesidad, pueden tener su origen en una alteración de la grasa, que se ha visto sobrepasada y “enfermado” por un exceso permanente de consumo de energía. Pasamos de una grasa funcional (sana, que funciona bien) a una que está desequilibrada e invadida por células que generan inflamación, dañando no solo a la grasa misma, sino que a otros órganos a través de señales inflamatorias y moléculas asociadas a la grasa que se producen en exceso. En este sentido, actualmente en el laboratorio OMEGA del INTA realiza una investigación que busca entender y explicar algunos mecanismos que favorecen la falla en el funcionamiento del tejido adiposo humano, el cual es financiado por Fondecyt y que tiene el nombre «Nuevos mecanismos y consideraciones clínicas que determinan la disfunción del tejido adiposo inducida por el receptor sensor de calcio en obesidad humana» (Fondecyt 1150651).

Es importante nunca dejar de repetirlo: la grasa no es el enemigo. El tejido adiposo, además de ser el principal administrador de la energía en nuestro organismo, produce un gran número de sustancias que lo comunican con otros órganos, convirtiéndolo en un órgano endocrino muy importante para diversas funciones, entre ellas, la reproducción, la inmunidad, el apetito, el control de los niveles de glucosa y de las grasas en la sangre. Todas estas funciones se ven severamente afectadas ante cualquier condición que involucre desbalance graso: tanto exceso como insuficiencia. La grasa simplemente responde a nuestro comportamiento. Si no excedemos sus capacidades, es un órgano vital para el correcto funcionamiento de nuestro organismo.

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