Estamos frente a una realidad agronómica que, a pequeña escala, no presenta mayores complejidades de manejo; pero si pensamos en términos productivos, proyectando crecimiento y desarrollo, la situación se vuelve más compleja. El problema surge porque gran parte de la producción nacional la realizan pequeños agricultores, grupo que carece de los medios y tecnologías adecuadas para cumplir con tal desafío.
Por: Cecilia Baginsky , Ingeniero Agrónomo. Doctora Universidad Politécnica de Madrid. Departamento de Producción Agrícola, Facultad de Ciencias Agronómicas, Universidad de Chile.
Cristian Lastra, Ingeniero en Recursos Naturales Renovables. Facultad de Ciencias Agronómicas, Universidad de Chile.
Luz Ramos, Licenciada en Ciencias Agropecuarias. Facultad de Ciencias Agronómicas, Universidad de Chile.
En Chile, los pequeños agricultores suelen dejar parte de su producción para la temporada siguiente, esto pone en circulación semillas de baja calidad, haciendo que los problemas de almacenamiento incidan en su capacidad germinativa y aumente el riesgo de propagar enfermedades. Esta situación ocurre principalmente por el alto valor que para los productores tiene la venta de semillas en el comercio.
En general, los pequeños productores disponen de un bajo nivel tecnológico y carecen de maquinarias adecuadas, lo que se traduce en deficientes labores de labranza, siembra y cosecha. Limitado es también el acceso a los análisis de suelo con los que se realizan los diagnósticos sobre las condiciones y necesidades del recurso, lo que genera problemas de fertilización. Así surgen las “recetas”, método más bien artesanal que se utiliza para determinar los fertilizantes, sin considerar las características propias de los campos ni las condiciones particulares de la temporada. Entonces, muchas de las aplicaciones son excesivas o insuficientes para la realidad y producción de cada predio. El escaso e incorrecto uso de herbicidas hace ineficiente la eliminación de malezas, lo que sumado a la mala calidad de muchas semillas que no logran germinar, genera espacios vacíos en el campo que son colonizados por nuevas malezas que se vuelven una competencia amenazadora para las plantas que sí lograron crecer.
Otro problema recurrente es el escaso y mal uso del agua para riego, principalmente en los cultivos de verano como los porotos, lo que se suma a la escasez y el elevado costo de mano de obra para las cosechas, que en Chile, suelen ser rastreras, situación que dificulta aún más el trabajo con máquinas.
Los desafíos en el área implican fomentar la transferencia tecnológica y el conocimiento a los productores, mediante programas que incluyan los incentivos y apoyos económicos necesarios. Un buen ejemplo son las técnicas de “labranza vertical” que aumentan considerablemente la disponibilidad de agua dado que con este método se busca soltar y airear más profundamente el suelo para incrementar su capacidad de infiltración. Este mecanismo es de mucha utilidad para el actual contexto de cambio climático, más aún si se considera que una parte de las legumbres se cultiva sin riego en zonas de secano.
Los desafíos también incluyen al área de investigación, ya que avanzar en alternativas de mejoramiento genético permitiría encontrar variedades capaces de sortear los problemas que plantea la realidad nacional, como la sequía y las altas temperaturas producidas por el cambio climático, las plagas y enfermedades. Otro de los objetivos para la innovación en legumbres es facilitar el proceso productivo mediante cultivos que puedan ser cosechados con máquinas. En este sentido, expertos plantean que se pueden utilizar variedades chilenas, como la lenteja “súper araucana” y los porotos tipo tórtola, como punto de partida para estos estudios.
Un aspecto que también se debe destacar es la gran diversidad, sobre todo de porotos, presentes en Chile, un banco de germoplasma que da luces del potencial que tiene el país en términos de mejoramiento genético, a través del cual se podría avanzar en la resistencia a enfermedades, sequía, temperaturas extremas y calidad culinaria.
¿Y para promover su consumo?
Incentivar y revalorar las legumbres implica renovar la siembra, el consumo y los beneficios de estos granos. En este sentido, los expertos señalan que la tarea de promover su consumo puede ser más efectiva si se observa la forma en que los consumidores aprecian o rechazan estos alimentos, lo que implica generar un cambio en la errada percepción de que las legumbres están ligadas solo a las clases socioeconómicas bajas.
Otra alternativa es comenzar a dar a las legumbres un nuevo enfoque como alimento, que enfatice sus propiedades nutricionales, como por ejemplo su alto contenido de fibra y bajo índice glicémico. Reinventar la forma en que se consumen, buscando innovaciones culinarias, podría ser otro camino que ayudaría a impulsar la demanda y, con ello, el precio, haciendo más rentable y atractiva su producción e investigación.